Cuánto mal ha hecho Michael Moore con sus películas. Tras las impresionantes Bowling for Columbine y Fahrenheit 9/11 acude uno al cine a ver un documental y ya espera encontrarse con una obra de similares características a las del orondo norteamericano, con cientos de datos por minuto y una sana ironía retratando lo sucedido en el lugar donde se desarrollen los sucesos. Si además antes del visionado se lee alguna crítica que dice que la cinta (en el caso que nos ocupa aquí La pesadilla de Darwin) es impresionante y casi magistral, resulta que todo nos hace prever que vamos a pasárnoslo genial en el cine, ¿verdad? Pues nada más lejos de la realidad. No negaré que la obra del director francés Hubert Sauper tenga un gran valor como obra necesaria en la actualidad para denunciar una de tantas situaciones injustas que se dan en el Tercer Mundo. Lo que cuestiono es el modo que ha elegido para hacernos llegar esa denuncia.
La pesadilla de Darwin nos cuenta que en Tanzania, en el lago Victoria, hace años fueron introducidas unas percas que comenzaron a devorar a otros peces que vivían allí, alterando el ecosistema del lago de forma irremediable. Eso sí, con el paso del tiempo la exportación de perca se ha convertido en un gran negocio para el país, y los aviones que transportan los filetes de tan preciado animal regresan a Tanzania con sus bodegas llenas de cajas que contienen armas para las diferentes guerras civiles africanas. Esto es más o menos lo que un espectador medio que lea cualquier cartelera de cine sabe cuando accede a la sala. Pues bien, eso y poco más (por no decir nada más) es exactamente lo que cuenta la película en sus 107 minutos de duración. No se puede negar que el tema daba para un análisis concienzudo al estilo del mentado Michael Moore (o del argentino Fernando Solanas en la reciente Memoria del saqueo), pero en su inicio los minutos transcurren y apenas presenciamos escenas mudas de la pobreza en las calles del país africano, a unas prostitutas cantando en un bar de mala muerte y a un controlador aéreo matando una avispa. Poco a poco el entusiasmo de nuestras expectativas se van transformado y el ritmo de la película, empeñada en su arranque en mostrar escenas sin demasiada relevancia (sí, ya sabemos que en África lo pasan muy mal, pero no vemos nada que no hayamos visto ya o que no podamos imaginar), hace que nos sumamos en el aburrimiento y que busquemos un inexistente mando a distancia para saltar a la siguiente escena, a ver si la cosa mejora.
Superada la primera hora de proyección se nos muestra un trozo de un documental americano que resume a la perfección el problema de las percas, y que es todo lo que no es el film de Hubert Sauper: claro, conciso y dando la información justa, sin agobiar pero tampoco sin dormir al espectador. Por desgracia se trata de un mero inciso y pronto volvemos a la marcha normal de la película, que adolece de gran cantidad de tiempos muertos, información reiterada una y otra vez (vía imágenes o rótulos sobre fondo negro), y donde encima soportamos conversaciones que parecen no tener fin gracias a que los entrevistados contestan en inglés, lengua que a todas luces no dominan a la vista de lo entrecortado de sus frases. ¿Por qué no se eligió que hicieran sus declaraciones en su lengua nativa? Y ya puestos, ¿por qué el subtitulador de la versión española deja muchísimas frases sin subtitular? Vale que en muchos casos son repeticiones de las frases que se han dicho momentos antes, pero igual alguien que no domine la lengua de Shakespeare no acaba de entender esa decisión.
Eso sí, de vez en cuando aparecen imágenes realmente impactantes, pero en un corto de media hora hubieran impactado igual y no habríamos salido tan frustrados del cine.