Habían pasado veinte años desde que apareciese por primera vez, con su pose de humildad, su físico escualido y su inocente gesto dispuesto a recibir los golpes que hiciera falta. Su traje oscuro y ajado dibujaba una figura que comenzaba por su redondeado sombrero y acababa en dos pies que nunca se miraban, enfocando cada uno en una dirección, y siempre acompañados por el apoyo de su bastón.
Charlot era más que un personaje creado por uno de los padres del séptimo arte, un visionario del cine mudo con el que trató de mantenerse más tiempo del que le permitía el vanguardismo, y con el que dio películas que han pasado a la antología del celuloide, con escenas que fotografían la génesis de un nuevo arte. Él fue el vehículo de expresión de una cabeza imparable utilizada para reflejar las penurias sociales de los inicios del siglo XX vendiendo sonrisas repletas de lágrimas. El resultado de todo lo que el inabarcable potencial de Chaplin podía dar, se canalizó durante más de veinte años por sus correrías, siempre siguiendo el ritmo de las clásicas tonadillas que acompañaban a un cine que no necesitaba voces que pusieran palabras a lo que allí sucedía.
Como punto y final para esas dos décadas, el 5 de febrero de 1936, casi 3 años después del inicio de su preproducción, se estrenaba mundialmente en el Teatro Rivoli de Nueva York Tiempos Modernos. Las diferencias entre un Charlot y otro eran evidentes, especialmente en la trama. El contexto lo llevaba a la resaca de la Gran Depresión Americana, en plena aplicación del Taylorismo y su doctrina de gestión de recursos humanos para la nueva producción en cadena en que la máquina subyugaba los esfuerzos del trabajador, convirtiéndole en un engranaje más -pero más débil- de la fría mecánica industrial.
Como semilla de la cinta, hubo dos hechos determinantes que llevaron a su producción. En una gira mundial de año y medio por Europa, Chaplin quedó desolado por el auge del nacionalismo y los efectos sociales de la Depresión. Interesado por los problemas sociales y económicos se dedicó durante mucho tiempo a las lecturas de teoría económica y llegó incluso a desarrollar su propia "Solución Económica" en forma de sano ejercicio de idealismo utópico. El segundo hecho tuvo lugar a su vuelta, cuando conoció a la actriz Paulette Goddard, compañera ideal cuya personalidad le inspiraría al personaje de 'chica huerfana' de Tiempos Modernos.
Su posición destacada le convertía en centro de las maquinaciones de la caza de brujas atribuida tradicionalmente al senador Mcarthy. En sus películas comenzaron a observarse elementos sospechosos que desde un simplismo incoherente encontraban comunistas debajo de las alfombras, y definitivamente el retrato del mundo obrero no iba a ayudar precisamente. A cambio, de la misma forma que siempre lo había hecho, volvía a fotografiar su realidad dándole una vez más un fondo de amabilidad, algo que llegaría hasta un final alegre sintetizado en un subtítulo de "saldremos adelante" en que Charlot y pareja se alejan hacia el horizonte. Cambiaba así el desenlace original en que el protagonista se separaba de su joven huérfana que se convertía en enfermera mientras él se recuperaba de un ataque de nervios en un hospital.
Ahora, la restauración mediante digitalización de este clásico devuelve todo su significado a la gran pantalla. Una vez más presentará elementos anacrónicos, al igual que la primera vez, seguirá estando anticuada en el estilo mudo. Pero la especial sensibilidad de Chaplin y su capacidad para contar historias en un tono propio, seguirá ahí, igual de vigente. Tan humana y valiosa como siempre.