Intentando zanjar la eterna polémica cinéfila sobre las virtudes respectivas de las películas españolas y las estadounidenses, Fernando Trueba acuñaba recientemente una frase magistral: El cine español es muy malo y el americano es una mierda.
El Teorema de Trueba resulta inapelable, encuentra confirmación empírica casi cada viernes. Pero su marco teórico plantea una disociación de términos, sin contemplar la terrible posibilidad de que una película combine lo peor de ambas nacionalidades. Sin embargo, eso ha ocurrido. Y se llama La Casa de Cera.
Por un lado, hablamos de un producto de Joel Silver y Robert Zemeckis, que a través de sus compañías Village Roadshow Pictures y Dark Castle Entertainment han aprovechado el tirón del cine de terror de bajo presupuesto que satura las pantallas para proponer una mezcla de La Matanza de Tejas y Los Crímenes del Museo de Cera protagonizada por una actriz televisiva de buen ver, Elisha Cuthbert, y una señorita al parecer conocida (?) de nombre Paris Hilton.
Del esfuerzo de tales lumbreras, y por supuesto del de unos guionistas llamados Chad Hayes y Carey W. Hayes, nace la siguiente historia: seis jóvenes viajan hasta Baton Rouge para presenciar un partido. Cerca ya de su destino se ven obligados a tomar un desvío y acampar. Uno de sus coches sufre una misteriosa avería durante la noche. Dos de los viajeros se acercan al pueblo más cercano -¡que no figura en el GPS!- a buscar el repuesto que necesitan. Lluvia de cera y sangre. ¿Original, no?
Aquí es cuando aparece el director, que en este tipo de películas clónicas es el único que puede hacer que diferenciemos unas de otras, como han demostrado en los últimos meses Alta Tensión, Creep o la segunda versión de La Matanza de Tejas. En este caso, nos hallamos ante la ópera prima de un catalán de 30 años, Jaume Collet-Serra, que había realizado previamente cien anuncios.
El bueno de Jaume nos ofrece unas saludables raciones de gore, lo que se agradece, y un final espectacular. Pero por lo demás su estilo es feo y aburrido. Abusa de la música a todo volumen, y de los primeros y los medios planos, como si La Casa de Cera fuera un filme para televisión o una parodia de indie movie. No sabe dar ritmo ni al planteamiento de la situación, que se hace esperar lo suyo, ni a los momentos de suspense, inconexos y erráticos. Las interpretaciones son nefastas…
La Casa de Cera, en fin, no alcanza los mínimos exigibles. Y esos mínimos no iban más allá de pasar el rato una tarde de verano. Que su realizador sea español sólo sirve para sacar conclusiones sobre la globalización más pesimistas que las que brinda La Pesadilla de Darwin, y en todo caso no creemos que en Finlandia ese dato importe demasiado. Allí la película pasará sin pena ni gloria, que es lo que merece.