Atendiendo al catálogo de cualquier tienda especializada en comics, podemos constatar la cantidad variada de ideas de todo tipo que se han propuesto para contar historias entre viñetas. Lejos de los más tópicos y conocidos hay espacio para todo lo concebible, y como ejemplo la particular reunión de personajes literarios populares que, descolocados de formato, se unen en nueva pandilla encaminada a heroicidades. El mismísimo Capitán Nemo, Dr.Jekyll/Mr Hyde, Dorian Gray (sí, el del retrato), el hombre invisible, una mujer metida a 'hombre extraordinario' por ser vampiro, y en contra del cómic original -y para dar el ingrediente americano- el mismísimo Tom Sawyer. Ahí es nada.
A toda esta lista se le une el personaje de Quatermain, una suerte de antecesor de Indiana Jones popular en tierras británicas, y que interpretado por Sean Connery liderará la cuadrilla fantástica.
Quizá esto ya anuncie el tipo de experiencia que nos espera, y cuánto se desmadra la cosa es la única duda a resolver. Pues bien, su director, anteriormente responsable del primer salto al cine de Blade, vuelve a ponerse al servicio de un productor con deseos de espectáculo, que comulga con la cantidad por encima de la calidad, y que debe estar de acuerdo con lo de que una imagen vale más que mil palabras: mientras se tira la casa por la ventana en decorados góticos y ostentosos escenarios, la trama atropellada se vestirá por un guión de tópicos sin sustancia y frases de cuño adolescente. Buscará quizá un público más joven, menos cinéfilo y más ávido de simplicidad, que se pierda entre más y más escenas visualmente correctas -aunque con tanto presupuesto, no hay una sola explosión que quede natural- y que pueda ensordecerse al tiempo con el masticar de palomitas y pirotecnia sin temor a perderse nada. Los personajes irán de un lado a otro, con una cierta intrascendencia esperando turno para su intervención, con un carisma bajo mínimos y una misión que pretenciosa en importancia, se convierte en vaga excusa para tirar hacia adelante.
No acaba ahí la tonteria. El final, coherente con el resto de la cinta en su confusión de ficción y estupidez, está dispuesto por si la rentabilidad obliga a una nueva reunión denigrante para la carrera del recordado 007.