Visión subacuática de "esta casa es una ruina", esta apuesta submarina incide de nuevo en la vertiente bélica del "¡uy lo que podía haber pasado!".
Se ha explotado de tantas maneras y con tan distinta contundencia la inspiración guerrera, que de vez en cuando hay que buscar alimento en aquellas ocasiones donde el conflicto estuvo cerca, pero que gracias a las sabias, heroicas y maduras decisiones de hombres inalterables -o bueno, sólo un poco- se desarrollaron de forma pacífica para el bien de la humanidad.
Centrémonos en la guerra fría. Una Rusia bien encaminada a la chapuza, pretende recobrar el orgullo en la figura de un submarino falto de rodaje. Para más inri, decisiones burocráticas han degenerado en una especie de bicefalia al mando, donde un frío y algo temerario Harrison Ford, ocupa el puesto del capitán degradado de la tripulación (Liam Neeson), sembrando terreno fértil para el amotinamiento.
De ahí en adelante, dos horas sin más enemigo que uno mismo, las decisiones por tomar, las diversas complicaciones, y la radioactividad nuclear como aliado traicionero. La implicación de National Geographic en la producción, supone aspirar a un aire de documental histórico, donde si bien la angustia y claustrofobia son tangibles, se añora algo más de apoyo y menos dialéctica encendida. El antagonismo surgido entre capitán duro y capitán humano, tiene un moderado interés de camino tortuoso; el permanente lío de problemas y enmiendos, un aire a lo Pepe Gotera y Otilio desprovisto de una sana hilaridad.
Apta para quienes sin prisas quieran deambular por las profundidades de una guerra tan fría como el océano, no parece que vaya a alcanzar un lugar en el recuerdo.