Hasta la fecha solo se habían estrenado en España dos de los largometrajes escritos y realizados por David O. Russell, Flirteando con el desastre (1996) y Tres Reyes (1999). Ambos se caracterizaban por dinamitar sus fachadas genéricas –la road-movie cómica en el primer caso, el cine de hazañas bélicas en el segundo- con tratamientos ingeniosos y una ambición por reflexionar sobre el lugar en el mundo que ocupaban sus personajes. También por no lograr armonizar lo convencional y lo personal.
Puede decirse lo mismo a propósito de Extrañas coincidencias. Las pretensones de Russell alcanzan aquí extremos desconcertantes, pues la película es ni más ni menos que una ficción filosófica. Albert, su joven protagonista (Jason Schwartzman) se ve agobiado por unas coincidencias cuyo sentido no sabe interpretar, y por el fracaso de una causa ecologista que lidera. Decide acudir a la consulta de un matrimonio de “detectives existenciales” (Lily Tomlin y Dustin Hoffman), que para averiguar las razones del desasosiego de su cliente comienzan a seguirlo a todas partes. Entran así en escena otras personas con sus propios problemas de relación con el universo, y una filósofa francesa (Isabelle Huppert) que amenaza con su ideario los progresos de Albert.
No existe una estructura dramática firme, tampoco unos caracteres que calen en el espectador. Extrañas coincidencias no disimula su condición de libro de autoayuda, de esos que en vez de teoría pura proponen al lector una fábula –como El mundo de Sofía- para indagar en el sentido de las cosas. Hoffman, Tomlin y Huppert encarnan arquetipos filosóficos opuestos. Y Schwartzman, Jude Law, Mark Wahlberg y Naomi Watts a víctimas módelicas de diversas patologías intelectuales.
Russell se las ingenia, sin embargo, para otorgar a su discurso un falso sentido narrativo, y para hacerlo en un tono de comedia coral. Así se ha vendido, por supuesto, la película. Lo curioso es que salvo en un par de escenas, Extrañas coincidencias funciona mejor cuando hace pensar sin coartadas que cuando adopta la máscara del humor extravagante a lo Robert Altman o a lo Wes Anderson. De manera que el espectador familiarizado con Heidegger, Sartre, Nietzsche o el budismo le sacará su jugo al filme, mientras que quienes vayan a “echarse unas risas” posiblemente salgan más bien echando pestes.
A favor de Russell juegan la textura luminosa de la película -rodada además en un cuidado formato panorámico-, algún atrevimiento visual emocionante, la narcoléptica música de Jon Brion, y el reparto. Si bien Jason Schwartzman y Naomi Watts carecen de chispa, Hoffman y Tomlin están divertidísimos; Isabelle Huppert sigue destilando misterio y erotismo; Jude Law confirma que es el mejor actor de su generación; y Mark Walhberg borda la mejor interpretación de su vida, en un papel que supone todo un comentario ideológico sobre el 11-S.