Su visionado es poco menos que una obligación que ocupará un espacio propio en las tardes navideñas de años venideros, y entre tanto nos lleva a esperar con ansia el retorno animado de Burton en 'La novia cadáver'.
Cada vez que el pequeño Charlie cruzaba la fábrica en su camino al colegio, el imponente perfil del edificio alzándose tras sus dos grandes puertas le hacía soñar con cómo sería cruzarlas algún día, con qué maravillas le aguardarían si lograra colarse en su interior y observar el lugar de sus sueños.
Allí vería el particular universo de Willy Wonka, un hombre excéntrico y pintoresco, aislado de la realidad e inmerso en una fantasía dulce fuera de toda lógica. Surgido de las páginas del libro de Roald Dahl, sus características se manifiestan claramente próximas a otro excéntrico fantástico como es Tim Burton, materializado nuevamente con el rostro protagonista de su actor estandarte Johnny Depp.
Este es sólo parte del séquito de habituales que siguen al realizador y entre los que se encuentran el guionista John August –que escapó de un curriculum con las dos entregas de Los Ángeles de Charlie para adaptar Big Fish-, Danny Elfman contribuyendo al nivel de ensoñación con su ambientación sonora –y esta vez incluso cantando, en los temas de los Oompa-Lompa– o varios actores más como Helena Bonham Carter (la madre de Charlie), Christopher Lee (padre de Willy Wonka) o un Deep Roy clonado repetidas veces para dar vida a todos los Oompa Lompa.
Con tanto habitual, sólo faltaría contar con Rick Heinrichs, compañero del director y estrella del diseño de producción que aquí deja su sitio a Alex McDowell (Minority Report, El club de La lucha, El Cuervo y próximamente La novia cadáver) y que consigue el difícil propósito de no desmerecer en absoluto ni respecto a Heinrichs, ni respecto a la banda sonora de Danny Elfman. Y con ese mundo colorista tan bien arropado musicalmente, la producción ya tiene demasiado ganado.
Pero con todo, lo que sigue siendo más excepcional y característico como en toda cinta que lleva su firma, conectando a la vez con lo que Roald Dahl aportaba en sus libros cuando pasó a especializarse en literatura infantil, es la perspectiva de un niño contemplada con la madurez justa para no alejarse del todo del espectador adulto si no extraerle lo que le quede de su infancia. Esa práctica la desarrolla con la honestidad de quien se involucra en la propuesta por vocación y casi necesidad, dando todo lo que tiene dentro y compartiendo su delirante expresión con su acérrimo público. La visión de La fábrica de chocolate como una sucesión de maravillas imposibles es un escenario de espectáculo constante en el que se pasean distintos caracteres expresados en un casting perfectamente acoplado. Comandados por Johnny Depp, este siempre rinde más de la mano de su amigo director creciéndose en las extravagancias, logrando en conjunto que una vez más un film de Burton se coloque como una obra de arte expresión de su genialidad. Su visionado es poco menos que una obligación que ocupará un espacio propio en las tardes navideñas de años venideros, y entre tanto nos lleva a esperar con ansia el retorno animado de su director en La novia cadáver, en la cartelera en los próximos meses.