Hasta hace relativamente poco, oír hablar de adaptaciones a la gran pantalla de los héroes del mundo del tebeo suponía que un estremecimiento recorriera nuestra espina dorsal. Sólo honrosas excepciones como el primer Superman o el posterior Batman de Tim Burton parecían dotar de cierta dignidad a tan denostado género cinematográfico. Recientemente hemos vivido el auge de las adaptaciones de superhéroes, y junto a producciones mediocres o directamente infames también hemos podido disfrutar de obras de valor suficiente como para poder tener, al menos, algo de esperanza cada vez que nos hablan de una nueva traslación de las viñetas al cine. Eso sí, la expresión nunca había alcanzado un significado tan literal como en este Sin City dirigido al alimón por Robert Rodríguez y Frank Miller (con la colaboración de Quentin Tarantino, amiguete de toda la vida de Rodríguez).
El cómic de Sin City nace a principios de los 90 de la mano de Frank Miller, guionista y dibujante curtido tras largas temporadas en Marvel y D.C. Comics. Cuando Robert Rodríguez decide pasar el tebeo a celuloide, lo tiene bien claro desde el principio (“Frank ya ha dirigido la película en papel”), así que se empeña en respetar el trabajo del creador de las historias, hasta el punto de hacer de cada toma de su película el fiel reflejo de lo que Miller ha dibujado con anterioridad en todas y cada una de las viñetas. Un buen encuadre es un buen encuadre tanto en dibujo como en pantalla, y si algo no está estropeado, no lo arregles, parece querer decir Rodríguez con su aproximación al tebeo. El encuadre, el vestuario y la elección de actores consiguen una parte del efecto, y la infografía remata la faena. No es de extrañar que el director mexicano haya querido incluir a Miller en los títulos de crédito también como co-director. Damos así con la adaptación perfecta de un tebeo a las pantallas de cine, respetando la esencia de Sin City al cien por cien.
En cuanto a la película como ente cinematográfico en sí mismo, nos hallamos ante un thriller de género negro con casi todos los tópicos del mismo: los antihéroes de turbio pasado, la corrupción de policías y políticos, las hembras duras de pelar, los ambientes oscuros de sórdidos bares... Todos esos elementos se van entrelazando a medida que las tres historias originales pergeñadas por Frank Miller se desarrollan: el matón de buen corazón (interpretado por un sorprendentemente recuperado Mickey Rourke) que busca a un asesino; el tipo duro (Clive Owen) que intenta evitar una masacre en el barrio de las prostitutas; y, finalmente, el policía a punto de retirarse (Bruce Willis) que lucha con todas sus fuerzas contra un elemento corrupto de la sociedad, intentando preservar la inocencia de una chiquilla. Es quizá esta última parte de la película la que menos impacta, debido a ciertas deficiencias del guión (ya presentes en la historia original) y a que no podemos evitar ver a Bruce Willis haciendo de Bruce Willis. Quizá otro actor menos usado en este tipo de películas hubiera funcionado mejor.
La elección del resto de actores es sencillamente ideal para poner cara a los personajes que pululaban por las viñetas, y tampoco desmerecen la cinta de Rodríguez y Miller. Destacan un Elijah Wood que no pronuncia una sola palabra, o el repulsivo personaje de Benicio del Toro. El maquillaje se encarga de adaptar los rostros de cada uno de ellos a lo que necesita la historia.
Hay dos puntos básicos para entender la obra de Frank Miller que quizá molesten a algunos espectadores. Por un lado está el uso y abuso de la voz en off (pero al fin y al cabo estamos dentro del género negro, y dicho recurso supone allí el pan nuestro de cada día), y por otro la ultraviolencia algo irreal de la que se hace gala desde el primer al último momento (personajes que reciben múltiples disparos y siguen aguantando en pie, luchando contra sus contrincantes).
Para ir concluyendo: no nos equivoquemos. Pese a sus discutibles fallos como película, si algo debemos agradecer a Rodríguez y Miller es que han creado un nuevo lenguaje en el cine contemporáneo, el primer híbrido real entre cine e historieta.