Peter Sellers se merecía mucho más que este pálido biopic. El film de Stephen Hopkins hace un flaco favor a la leyenda de uno de los más grandes cómicos contemporáneos: es un fallido intento de actualizar la hilaridad de las películas de Sellers dotándola de una profundidad demasiado confusa como para contentar a nadie. Poco disfrute para los fans del cómico y menos goce todavía para aquellos que se acerquen a este film sin saber nada de aquel que tantas veces encarnó al mítico inspector Clouseau. Estos últimos espectadores corren el serio peligro de ser engullidos por el compendio de referencias poco explicativas en el que acaba enredándose el director.
Pese a todo, no se pueden pasar por alto los (escasos) aciertos del film: la selección musical (con temas de Tom Jones o Shirley Bassey), la cuidada estética y las interpretaciones de Goeffrey Rush y Emily Watson. Estos dos actores acaban devorando de forma casi caníbal al resto de intérpretes. Emily Watson ya nos tiene acostumbrados a roles especialmente intensos (Rompiendo las olas, Embriagado de amor), pero en Llámame Peter demuestra que su increíble talento es capaz de dotar de esa misma profundidad a personajes que bien podrían pasar como meritorios (algo que ocurre, por ejemplo, con la Britt Ekland interpretada por Charlize Theron). Por su parte, Goeffrey Rush no hace más que constatar la certeza de que es un monstruo superdotado para la interpretación y la caracterización, algo que ya quedó bastante claro en films como Quills, Elizabeth o Los Miserables: su composición de Peter Sellers es tan rica en matices caóticos y esquizoides que amenaza con desbordar al espectador.
Sin embargo, mientras que estas interpretaciones no admiten argumentos en contra, la estética puede considerarse un acierto a matizar: el diseño de producción se estructura en torno a una estética global que resultaría mucho más fascinante si estuviera atravesada por un concepto homogéneo. Pero ese concepto no existe, conduciendo lentamente estos aciertos estéticos hacia una aburrida tierra de nadie donde se puede apreciar la belleza del conjunto pero también su vacuidad: en su intento por capturar la esencia del caos que atesoraba en su interior el personaje protagonista, el director cae en la trampa de no dirigir sus esfuerzos hacia un punto final claro, de forma que muchas de las escenas se quedan en sorprendentes postales post-modernas que no aportan nada a la trama. Es más, muchas de las elecciones estéticas llegan incluso a despistar.
Esta disipación formal no es más que un reflejo directo de la desestructuración que sufre el fondo, ya que en la primera escena el espectador ya advierte la falta de una idea central en torno a la que gire la totalidad de la película. Esa primera escena es un veloz torbellino de pequeños fragmentos extraídos del programa de Sellers en la radio. La risa, sin embargo,se hace imposible debido al hermetismo del conjunto: los fragmentos son excesivamente inconexos e incompletos. Ese mismo problema se extiende al resto del metraje como un metafórico virus infeccioso. Por momentos, parece que vamos a sumergirnos en las simas de oscuridad de un personaje público del que se suele conocer sólo su faceta cómica. En otros momentos parece que el centro de la trama va a ser la ambigua y enfermiza relación del showman con su madre, aunque acto seguido la trama se zambulle en los problemas del cómico con las mujeres. Hay ocasiones en las que incluso parece que Hopkins apunta alto y se embarca en un “quiero y no puedo” en el que analizar el serio trastorno de la personalidad de Peter. Sin embargo, todas estas direcciones quedan meramente apuntadas, desdibujadas, llegándose a los títulos de crédito finales con la sensación de que ni el director sabía qué quería contar.
En conclusión, Stephen Hopkins acaba firmando un producto con mucho empaque pero
poco que ofrecer al público. El conjunto adolece de una falta de pulso sorprendente si pensamos que éste es el mismo director que ha puesto en marcha la magnífica serie de televisión 24: Hopkins juega a ser Burton sin tener su capacidad visual para la metáfora ni su pericia a la hora de lidiar con personajes pintorescos.