Uno nunca le ha tenido mucha simpatía al “star-system”. El estrellato está más relacionado con las insatisfacciones y los anhelos del público que con la experiencia cinematográfica, y limita lo que se puede esperar de un filme. Lógicamente, muchos analistas defienden el concepto por su repercusión en las taquillas y la salud de la industria.
En cualquier caso, hubo un tiempo en el que las estrellas dependían para conformar su personalidad ficticia del sustrato dramático y la pericia de los técnicos involucrados en las producciones que protagonizaban. Una estrella no era un señor atractivo o una señora explosiva, o no únicamente. Era alguien que encarnaba un ideal a la vez accesible y lejano, o ese otro yo que imaginamos ser y solo se nos aparece en la imaginación. Para cubrir tales expectativas la estrella debía perpetuar un carácter esencial a través de las películas que rodaba, y por tanto había de confiar en el talento de productores, guionistas y directores para que proporcionasen el universo que regía el actor y al que el público deseaba regresar una y otra vez.
Ahora bien, en una época que ha renunciado al poder de las historias para descubrir al ser humano su naturaleza, y cuyas manifestaciones populares no van más allá del estímulo sensorial primario, no cabe esperar que las estrellas cinematográficas tengan personalidad o que los universos que habitan alberguen lógica interna de ningún tipo.
Esta película resulta muy ilustrativa al respecto. No hay nada en ella que permita la implicación emocional. Su visionado supone asistir a las idas y venidas de unas celebridades llamadas Brad Pitt y Angelina Jolie, que juegan en las primeras escenas de Sr. y Sra. Smith a ser un matrimonio en crisis, en las siguientes a desvelarse por separado como agentes secretos implacables, en las más divertidas a intentar matarse el uno al otro cuando descubren la verdadera actividad de su pareja, y en las más ridículas a trabajar juntos una vez la lucha entre ellos les ha reconciliado pasionalmente.
Resulta absurdo deducir un mensaje de un producto tan plano e inverosímil, o citar posibles referencias. También hablar de diversión, pues los personajes no existen como tales, las escenas de acción por tanto aburren -¿a quién le importa lo que les pase?- y los momentos humorísticos no tienen más nivel que los de una comedia de situación televisiva. Ni las estrellas protagonistas aportan nada con sus presencias, inexpresivas como las de muertos vivientes, ni la narración lo disimula dramáticamente. Sr. y Sra. Smith es un simulacro de película transitado por espectros que impresionan planos apenas relacionados entre sí.
¿Cuál es el sentido del filme? Reunir a Angelina Jolie y Brad Pitt durante dos horas, y hacer caja. Sí, ya lo sabíamos antes de entrar en la sala. Pero la esperanza de que ambos, o al menos uno de ellos, o el director Doug Liman, aprovechasen la ocasión para, además, ofrecer algo de cine, algo de entretenimiento, algo de calor, no parecía desorbitada. En cambio, todos los implicados en Sr. y Sra. Smith se han limitado a prestar el mínimo talento que han podido, y a cobrarse, una vez más, lo máximo: la confianza del espectador en que hubiera vida creativa en Hollywood.