En su empeño por seguir rehaciendo películas de terror oriental que hayan funcionado recientemente en taquilla (basta recordar las dos partes de The ring o El grito), a los americanos les ha dado ahora por elaborar su propia versión de Dark water (Hideo Nakata, 2002), situando la acción en su territorio y poniendo caras caucásicas a los personajes de la historia. Jennifer Connelly interpreta a una madre que acaba de separarse y que debe buscar un nuevo piso donde vivir con su hija. El apartamento que acabarán alquilando se encuentra en un edificio ruinoso y, por si no bastara con las constantes goteras que provienen del piso de arriba de la vivienda, hay que añadir a su malestar la presión que la protagonista sufre para mantener la custodia de su hija durante los trámites de divorcio de su marido, provocando el resurgir de una crisis mental que siempre pende sobre ella. Con dificultades para diferenciar la realidad de las creaciones de su mente, deberá intentar esclarecer el oscuro secreto del pasado que oculta el edificio.
Tras la cámara hallamos en esta ocasión al director brasileño Walter Salles, que se hizo acreedor de una nominación a los óscars en 1998 con Estación central de Brasil y que el año pasado fue elogiado por la crítica gracias a Diarios de motocicleta. Su buena labor en la dirección de la presente cinta es equiparable a la de Hideo Nakata en la versión japonesa, y prácticamente podemos asegurar que nos hallamos ante una copia casi milimétrica de aquélla, algo que juega tanto a favor como en contra de este film. A favor porque el producto final es una historia de fantasmas (no tanto de terror como de suspense) bastante contenida, contada de forma correcta y con la ambientación apropiada. En contra porque, merced a no querer usar ningún susto que sobresalte el espectador de forma innecesaria, sus creadores consiguen que la cinta decepcione algo: la progresión de la trama parece que va a llevar a algún lado, a sumergirnos en un terror difícil de olvidar, pero el final resulta algo anticlimático y los espectadores que ya vieran en su día la versión original probablemente se aburran ante la falta de sorpresas y de gancho de esta revisión, que aun así resulta digna y por encima de muchas de las obras del cine de terror que nos vienen del país de las barras y las estrellas.
Entre los actores encontramos caras bastante conocidas: Jennifer Connelly está correcta, aunque quien esto firma piensa que le falta carisma, como casi siempre. Tim Roth da vida a un personaje interesante que deja entrever más que muestra, y los otros tres secundarios de lujo (John C. Reilly, Pete Postlethwaite y Dougray Scott) cumplen a la perfección en el marco de esta producción que seguramente cumplirá con su objetivo: recaudar un buen dinero en tierras americanas sacándole provecho a una buena historia ya existente. Eso sí, si tienen la posibilidad de elegir cuál de las dos versiones ver, no lo duden: los largos cabellos negros de las mujeres orientales dan mucho más miedo.