Supe que había errado mi elección crítica semanal cuando la mujer que confía en mí hasta el punto de jugar a cerrar los ojos y dejar que la guíe cuando cruzamos por donde no debemos, se negó a ver conmigo El Sonido del Trueno. Prefirió despedirse en la puerta del cine, pasar dos horas mirando ropa y libros, y recoger mis "restos mentales" cuando terminase la sesión.
Yo me defendí atacando sus prejuicios, que por sistema le hacen tachar de infantiles las películas "de viajes patrás y palante" y "de maquinitas" mientras alaba multitud de dramas convencionales y comedias insustanciales. Pero me sentía inseguro.
Asistía en primicia al anuncio de Torrente 3: El Protector, y yo sin hacer caso me decía una y otra vez que el relato de Ray Bradbury que inspira El Sonido del Trueno ofrece enormes posibilidades cinematográficas. Que todas las películas sobre viajes en el tiempo, por malas que sean, tienen algún interés ( “Éste no ha visto El Efecto Mariposa” ). Que el director Peter Hyams ha firmado clásicos menores del género fantástico como Capricornio Uno (1978), Atmósfera Cero (1981) y 2010: Odisea Dos (1984). Y que los protagonistas del filme –Kingsley, Burns, McCormack- suelen escoger producciones con un mínimo de dignidad artística.
Pasados diez minutos de proyección, me pareció oír una voz femenina susurrándome “¿Qué te había dicho?” Sus argumentos atronaban más que el dolby stereo. Que si Bradbury se había burlado de los ocho o nueve tratamientos de guión que se habían necesitado para sacar adelante el filme; que si el realizador vinculado inicialmente al proyecto, Renny Harlin, lo abandonó en favor de… ¡ Mindhunters!; que si el estreno de la película se ha retrasado dos años debido a una inundación durante el rodaje y a la quiebra de una de las productoras; que si Peter Hyams lleva diez años facturando mediocridades como Timecop, Muerte Súbita, The Relic, El Fin de los Días o El Mosquetero; que si su manía de fotografiar él mismo sus películas con poquísima luz les da un aspecto mísero; que si Edward Burns tiene el atractivo de una medusa muerta y Ben Kingsley lucía en el trailer un trabajo de peluquería grotesco…
¡Que vale, que la película es muy floja! Sigue hasta cierto punto, eso sí, el planteamiento argumental de Bradbury: En el año 2055 una científica (Catherine McCormack) descubre cómo viajar en el tiempo. Un empresario (Kingsley) se hace con el invento y, sin conciencia del peligro que puede suponer una variación nimia en el desarrollo evolutivo de las especies, lo explota organizando cacerías de dinosaurios en el Cretácico al mando de un investigador (Burns) que tras un accidente en una de las expediciones habrá de luchar para evitar que desaparezca el mundo tal y como lo conoceremos.
Aunque peca de precipitado y esquemático, el escrito de Bradbury contiene ideas interesantes acerca de las paradojas y los peligros del viaje en el tiempo, y una subtrama política que daba mucho juego. El guión, sin embargo, apura pronto el relato y se limita a hacer que el error cometido en el pasado vaya alterando el presente mediante olas de tiempo de aparición y efectos arbitrarios. Con esa excusa el escenario urbano va convirtiéndose en una especie de Parque Jurásico en temporada baja, con babuinorraptores y plantas asesinas que dificultan los intentos de los protagonistas por llegar hasta la máquina del tiempo y deshacer el entuerto. El sonido del Trueno deviene una película de aventuras no demasiado original, filmada y fotografiada sin gracia, y con unos efectos digitales que por su pobreza nos devuelven a la edad dorada de la transparencia temblorosa y los monstruos con cremallera.
En fin, no salí a rastras de la sala. Pero cuando me preguntaron “no te vayas por las ramas; ¿volverías a ver esta película si tuvieras ocasión?” contesté con un bostezo: “¿Qué película?”