Hay títulos tan descriptivos que ya lo hacen todo por avisarte qué tipo de película vas a ver, por si acaso quieres huir antes de poner el pie en la sala correspondiente del cine. Es el caso de la cinta que nos ocupa aquí, adaptación cinematográfica de la serie televisiva The Dukes of Hazzard (conocida por estos lares, hace ya bastantes años, como El sheriff chiflado). En Hollywood llevan ya unos cuantos años empeñados en paliar su larga sequía creativa (al menos en lo que se refiere a productos que entren dentro de sus discutibles cánones de lo que una película debe ser, porque productos originales no faltan; otra cosa es que se les haga caso) a base de adaptaciones literarias o comiqueras y de innecesarios remakes, pero también de traslaciones a la pantalla grande de series televisivas de mayor o menor éxito, constituyendo en la mayoría de los casos un fiasco de dimensiones considerables.
¿Realmente era necesario manchar el buen nombre (tamizado por la nostalgia de muchos de nosotros, también es cierto) de series como Los ángeles de Charlie, Los hombres de Harrelson, Los vengadores o Starksky y Hutch? ¿Será Embrujada la salvación del cine moderno, lo que le hará evolucionar hasta cotas más elevadas? Desde luego que no.
Dos chalados y muchas curvas cumple a rajatabla con lo que promete su título. Tenemos a dos primos descerebrados que van rompiendo cosas allá por donde van, montando peleas porque sí y poniendo a prueba los amortiguadores de su coche por las carreteras de la temible América profunda. También aparece una prima suya (Jessica Simpson) que se supone que está buenísima, pero que es una mezcla entre Britney Spears y una muñeca hinchable de todo a cien. Sus oponentes son un sheriff malvado y un terrateniente (el pobre Burt Reynolds, justo cuando parecía que intentaba levantar cabeza) que se apropian de sus tierras para extraer el carbón que se halla bajo la superficie. Con estos hilos podría tejerse una comedia pasable que explotara el componente paródico de los personajes, burlándose de ese porcentaje de población rural americana que apenas ven más allá de su ombligo y cuya cultura brilla por su ausencia. Sin embargo, el único objetivo del film es elevar a los altares a los protagonistas, convirtiéndoles en héroes para los espectadores, que no sólo no los repudian por capullos (que lo son, y un rato), sino que encima les ríen las supuestas gracias. Donde podía haber autocrítica hay apología del paletismo. Genial.
La lista de aspectos negativos de la cinta es tremenda: los personajes usan una jerga cargante, hay chistes de lo más tonto que encima pierden cualquier posible gracia al pasar al castellano, escenas de un impresionante machismo (la prima sacándoles de apuros a base de enseñar pechuga) e incongruencias imperdonables al ver a los protagonistas dando evidentes muestras de estupidez para, en la escena siguiente, sacar a relucir alguna neurona de más porque conviene en el guión. Eso sin mencionar al insoportable Seann William Scott (por sus filmografías les conoceréis: la trilogía American Pie, Colega, ¿dónde está mi coche?, Aquellas juergas universitarias... ¿Sigo?), cuya cara de idiota se encarga de revolvernos el estómago cada vez que la cámara le enfoca. En suma, que desde el primer momento uno echa de menos que el director Jay Chandrasekhar (otra perla: Club Desmadre, Super maderos) hubiera seguido las enseñanzas de otras producciones tirando a cutres con las que al menos te echabas unas risas y que a día de hoy son consideradas casi de culto. ¿Un ejemplo? Porky’s.