Había expectativas bastante altas ante la unión de los talentos creativos de Lars Von Trier y Thomas Vintenberg, dos de los daneses fundadores del movimiento cinematográfico Dogma a finales de los noventa. En Querida Wendy, la cinta en cuestión, Vintenberg (Celebración, 1998) dirige un guión de Von Trier, que tan buen sabor de boca nos había dejado con Dogville, de ahí que de algún modo esperáramos una repetición de los resultados de aquel film, algo que no se consigue aquí. Pero vayamos por partes.
La historia arranca cuando Dick (Jamie Bell, el protagonista de Billy Elliott) compra un revólver que resulta no ser de juguete como él pensaba, y a partir de ahí una serie de coincidencias hará que él, un pacifista convencido, funde un club llamado “Los Dandies”, dedicado a una especie de devoción casi religiosa por las armas de fuego, entre cuyos miembros se hallan cinco de los chicos más inadaptados del pueblo minero donde viven. La pasión por las armas hará que las personalidades de los miembros del grupo sufra un cambio, convirtiéndose en personas más seguras de sí mismas por el mero hecho de llevar encima sus respectivas pistolas, aunque hayan jurado no sacarlas nunca a la luz del día.
Durante prácticamente hora y cuarto, la película nos muestra cómo van evolucionando los miembros del club y el modo en que adoptan nuevas reglas. Hasta entonces la cinta funciona a la perfección como parábola de la presencia de las armas de fuego en las sociedades occidentales y el tono esperpéntico del guión ayuda a creerse la premisa de “pacifistas armados” que sirve de motor a la historia. Sin embargo, cuando se afronta el tramo final de metraje, hay un hecho que hace saltar por los aires el tono de lo que se nos está contando, cayendo en el ridículo (la reacción policial ante lo que sucede es a todas luces desmesurada), y la resolución del film deja algo frío al espectador por dos motivos. Por un lado no hay la suficiente empatía con los personajes como para sufrir en demasía por lo que pueda sucederles (y no es difícil prever cuál será su destino final), y por otro los acontecimientos se suceden con tan poca lógica que uno se pregunta si no han empalmado el último rollo de alguna otra película por equivocación.
Siempre nos quedará la duda de si, de haber recaído su dirección en manos de Lars Von Trier, estaríamos hablando ahora de otra gran cinta del danés. Pero, como reconoció el propio Vintenberg, “si la hubiera dirigido él sería completamente diferente. Pero ésa era precisamente la idea desde el principio.”