Moscú, 1992: Anton busca la ayuda de una bruja para recuperar a su amada, ahora enamorada de otro hombre con el que espera un hijo. La magia negra revela a Anton un mundo paralelo al nuestro en el que lo sobrenatural campa a sus anchas dividido en dos bandos en paz inestable desde hace mil años. Moscú, 2004: Anton, convertido en vidente y guardián de ese universo alternativo, descubre que sus actos pasados pueden estar relacionados con una ruptura de la tregua y la posible destrucción de nuestra realidad.
Aunque sea una mala película, en cierto modo es una suerte que se haya estrenado en España Guardianes de la Noche. Porque gracias a las circunstancias especiales de producción y distribución que la rodean, y dado lo que busca vender, delata un modelo de cine que venimos sufriendo hace años y cuya escasa calidad se camufla habitualmente con argumentos que no pueden aplicarse en este caso para salvar la función.
Y es que Guardianes de la Noche está basada en una novela del ruso Serguei Luyanenko; pero no cabe entrar en interminables debates sobre la pertinencia de la adaptación que ha escrito y realizado Timar Bekmambetov porque la obra literaria no se ha publicado en castellano. ¿Será, por ejemplo como Sin City, una fotocopia del original sin alma ni sentido propios? ¿O, como el primero de una serie de tres filmes –cada uno inspirado en un libro- Bekmambetov habrá metido a presión, sin medida ni ritmo, todo lo que exigían los numerosos fans que Luyanenko tiene en su país? Es lo que hizo Peter Jackson a lo largo de quince o veinte horas, y algunos todavía se baten en duelo a propósito de la fidelidad al texto de El Señor de los Anillos.
Tampoco viene Guardianes de la Noche acompañada por un cómic, tres videojuegos, cinco ediciones de la banda sonora y una serie de animación que nos descifren las profundas claves que la película no se molesta en explicar. Lástima que la globalización multimedia funcione para los hermanos Wachowski y su Matrix, y no para los pobres rusos. Que para colmo ni siquiera han disfrutado en Occidente de apoyo mediático ni actores conocidos que nos señalen qué debemos ver en el filme y cuán excepcional es la historia o la infografía empleada.
No, Guardianes de la Noche viene sin manual de instrucciones. Nos vemos obligados a ver en ella únicamente cine. Y al cine se le suele exigir que adapte creativamente otro medio. Y que se baste a sí mismo. Y que tenga un desarrollo lógico. Y que no necesite apéndices. Siguiendo estos criterios, a lo mejor arcaicos para muchos, Guardianes de la Noche es un desastre. Un galimatías de casi dos horas en el que los personajes aparecen y desaparecen arbitrariamente, haciendo cuando están cosas importantísimas para ellos pero progresivamente incomprensibles, y no echándoseles de menos cuando dejan escenas a otros. Tan solo el final brinda algo reseñable desde el punto de vista dramático.
Lo peor, sin embargo, hace justicia al famoso chiste: “¿Qué digo? No se me ocurre nada” “Pues que sea bien alto”. Timar Bekmambetov confunde la fantasía con el efectismo, y machaca las pupilas y los oídos del espectador con mucho ruido, y con un montaje cargante de primeros y medios planos que ni disimula las limitaciones de la producción y los efectos visuales, ni ayuda precisamente a aclarar lo que está pasando. Aparte algún acierto escenográfico, la película es cinematográficamente paupérrima.
Desearía uno olvidar pronto la experiencia, pero en el horizonte amenaza ya la primera secuela, de la que se ofrece un breve avance en los créditos finales de Guardianes de la Noche: un autobús se estrella contra un tipo con los brazos en cruz. ¿Será el sacrificio de este cronista al enterarse de que también tiene que reseñarla?