Lo primero que llama poderosamente a la vista en “Abajo el amor” es un esmerado trabajo de ambientación que reproduce y reinterpreta a la vez el Nueva York de 1963 en su etapa más pop y recatadamente chick. Fantásticos tonos para una historia de amor al estilo de las que protagonizaron por aquella época el malogrado Rock Hudson y aquella rubia con cara de cándida y sanota granjera llamada Doris Day.
Pero, por suerte o quizá no, ya no estamos en 1963 y el cambio de siglo se nota: las conversaciones y temas tratados en “Abajo el Amor” se han modernizado, aunque la base sigue siendo antigua.
Ewan Mcgregor es un galán seductor, un mujeriego en toda regla y Renée Zellweber una chica de pueblo que ha escrito un primer y exitoso best-seller feminista de título “Abajo el amor”; el resto se adivina y eso es lo que el espectador agradece, porque se cumplen las expectativas, incluyendo un giro final a lo “ScoobyDoo” que el público se traga sin rechistar con la sonrisa en los labios.
Y es que “Abajo el Amor” tiene la gracia natural de las cosas despreocupadas, de los guateques en apartamentos en la quinta avenida en los que todos los asistentes ligaban, de la elegante y lánguida vida de Audrey Hepburn en “Desayuno con Diamantes”, en un Nueva York que se les quedaba grande a casi todos.
Es “Abajo el amor” una película que revisa una época y un ambiente con la conciencia de ahora, usando una precisa ironía de cirujano para contar el inicio y flirteo de una relación -¿será porque los guionistas son una pareja de chico y chica?-. Aunque el desenlace queda alejado de las anteriores intenciones innovadoras, “Abajo el amor” concilia al espectador que no busca nada más que una buena –que no buenísima- historia, sencilla y narrada con claridad, alegría y frívolo desenfado.