Siete aspirantes a un puesto de trabajo de renombre, lucharán encarnizadamente durante una prueba de selección que tiene lugar en un multinacional a través del método Grönholm...
¿Qué es el método Grönholm?, eso lo iremos descubriendo poco a poco junto a unos personajes de dispar procedencia: el agresivo, el indeciso, el no participativo... así hasta completar toda una radiografía de la sociedad contemporánea localizada en un despacho.
Este insignificante escenario obliga a la creación de un clima en el que la tensión se va acumulando hasta llegar a esa frase que Sean Connery hizo célebre en Los inmortales: Sólo puede quedar uno. De esta manera, conforme van sucediéndose las pruebas, cada cual más retorcida, van surgiendo las zancadillas de rigor, donde los competidores se convierten en víctimas de sus propias inseguridades dentro de el complejo experimento psicológico.
Basada en la exitosa obra teatral de Jordi Galcerán e interpretada por el mejor elenco que un director pudiera imaginar (Eduardo Noriega, Eduard Fernández, Najwa Nimri, Natalia Verbeke, Pablo Echarri, Ernesto Alterio, Carmelo Gómez y Adriana Ozores, casi nada), El método se propone engancharnos desde el primer fotograma y no dejarnos parpadear hasta los títulos de crédito, algo que en buena medida consigue.
El cineasta Marcelo Piñeyro, poseedor de una de las trayectorias más envidiables del cine hablado en castellano -suyas son obras tan especiales como Tango feroz, Caballos salvajes o la más reciente Kamchatka por citar algunas- opta por un tono más dramático que en la obra de Galcerán, y añade tres personajes de su propia cosecha para esta lucha de egos. Lo demás es puro recital interpretativo en el que el reparto campa a sus anchas, aunque cada uno inmerso en su propio campo de actuación delimitado por un guión sobresaliente, fruto del trabajo conjunto entre Piñeyro y Mateo Gil.
Varios elementos son los que actúan en esta especie de juego paranoide: la intriga surgida en cada prueba de selección, el ambiente claustrofóbico del espacio reducido al que en nada ayuda la música de dentista que toma cuerpo cada vez que se abre la puerta... todo ello encajando a las mil maravillas conforme avanza la acción, pese a que la historia pierda fuelle al llegar al final del metraje.
Aún así, lo cierto es que El método se impone como una propuesta cinematográfica de lo más estimulante, que es lo que necesita el cine español para superar la omnipresente crisis. Sólo falta que el público le dé una oportunidad, porque vale la pena.