Se podría afirmar que existen dos formas de entender el cine. A una de ellas se le atribuye quizá la característica más liviana, el espectáculo puro y duro, por un lado necesario aunque tempranamente olvidadizo. Justo en las antípodas de esta definición, se encuentra la otra cara del llamado séptimo arte, donde el compromiso de un guión sólido y la emoción por una buena interpretación dan sentido a algunas obras que quedan grabadas en la retina del espectador para siempre.
A esta última acepción pertenece el estreno de la pequeña Lola del cineasta galo Bertrand Tavernier(Capitán Connan, Hoy empieza todo), valiente director que se atreve a adentrarse en el tema de la adopción sin apenas conocimiento a pesar de la enorme complejidad que entraña.
El procedimiento retratado resulta lento y lleno de problemas, pero el deseo de una joven pareja(interpretada a las mil maravillas por Jacques Gamblin y Isabelle Carre) por adoptar a una niña en la lejana y devastada Camboya bien merece el esfuerzo. Y es que el viaje iniciado por estos posibles padres no va a ser nada fácil: el proceso legal guarda innumerables trabas burocráticas (poniendo el film en tela de juicio la labor de las embajadas) que acaban por exasperar a cualquiera.
Tavernier presenta un retrato fidedigno a través de un guión escrito por su propia hija, Tiffany Tavernier, evidenciando el grado de compromiso en el que ambos se ven inmersos. La narración discurre sin exabruptos mostrándose fiel a la realidad que azota a un país sumido en la miseria que tiene que ver como su juventud escapa hacia un mundo lleno de posibilidades.
Buen conocedor del espíritu reflexivo y continuando con su estilo pedagógico, Tavernier ha exhibido durante años un cine socialmente comprometido que con La pequeña Lola complace a los espectadores seguidores de su trayectoria.
Quizá el metraje se antoja un tanto recargado, pero se establece una relación conmovedora entre el público y los personajes que se aventuran en el extenuante camino de la adopción.