Son pocas las películas nórdicas que acaban llegando a nuestros cines, así que uno nunca sabe si el modo de narrar que tienen los cineastas de aquellas latitudes nos acabará echando para atrás, o si por el contrario nos sorprenderán gratamente. Kitchen stories, coproducción entre Noruega y Suecia, tiene más de lo primero que de lo segundo, por desgracia.
La historia está basada en hechos reales. En 1944, amas de casa y profesores de Economía Doméstica suecos formaron el Instituto de Investigaciones del Hogar, HFI. Allí los científicos experimentaban en el laboratorio con máquinas y herramientas para la cocina, con el objetivo de desarrollar nuevos y mejores productos y mejorar las condiciones de trabajo en el hogar, por ejemplo para reducir la distancia que las amas de casa debían recorrer dentro de sus cocinas (se calculó que en un año caminaban la distancia existente entre Estocolmo y el Congo). El HFI puso en marcha un nuevo estudio: envió a un grupo de observadores a una región campesina de Noruega para vigilar el comportamiento de los varones solteros en sus cocinas, con vistas a lograr similares resultados que los obtenidos con las hembras. Eso sí, había una regla que los observadores debían respetar a rajatabla: bajo ningún concepto podían dirigir la palabra a los investigados, ni implicarse en las actividades de la cocina, para no arruinar el carácter científico del experimento.
Así, Kitchen stories nos cuenta a lo largo de más de hora y media de metraje la relación que se establecerá entre Folke, el investigador del HFI, e Isak, un amo de casa entrado en años bastante reticente a la observación a la que se va a ver sometido. De la frialdad inicial se pasará a tímidos acercamientos, y a una posterior amistad que provocará los celos de algún vecino de Isak. Poco más hay que decir, porque poco más hay. Inicialmente tiene pinta de ser una comedia coral (se presentan bastantes personajes, pero pronto nos centramos en los dos nombrados), para luego dejarnos intuir que quizá vaya a tratarse de una película de episodios (donde la historia de Folke e Isak sólo es la usada para romper el hielo), pero superada la media hora nos damos cuenta de que son esos dos mismos personajes los que van a soportar el peso de la cinta hasta el fin, y ahí es donde somos conscientes de que Kitchen stories peca de poco ambiciosa, porque lo de aburrida ya lo habíamos intuido gracias a su pausadísimo ritmo y a su morosa forma de contar las cosas, alargando hasta el infinito anécdotas bastante simples que en otros films apenas servirían de relleno entre escenas más jugosas.
Aun así, si te dejas llevar por la tranquila normalidad del relato y algunos momentos bastante logrados, no lo pasas demasiado mal hasta la recta final, donde todos los minutos transcurridos casi en vano comienzan a pesar de mala manera y uno desea que todo se resuelva del modo más rápido e indoloro posible, algo que no sucede. Una lástima que no se le hubiera ocurrido llevar a la pantalla grande esta idea al Berlanga de hace unas décadas, porque hubiera dado mucho más de sí.