Aunque resulte políticamente incorrecto, o demuestre que el abajo firmante tiene la sensibilidad de una ameba, antes de cualquier otra consideración ha de consignarse que Las Llaves de Casa es una película aburrida.
Sí, ha sido realizada por Gianni Amelio, de quien pudimos apreciar hace algunos años las excelentes Niños Robados (1992) y Lamerica (1994), y que por estas y otras cintas ha recibido nominaciones y galardones en Venecia, Cannes o los Oscar. Pero en Las Llaves de Casa Amelio ha forzado su estilo, de siempre anclado en un realismo casi naturalista, y ha desdramatizado de tal manera la ficción que ésta peca de superficial e inexpresiva.
La película, inspirada en un libro de Giuseppe Pontiggia, narra el encuentro de Gianni (Kim Rossi Stuart) con su hijo Paolo (Andrea Rossi). Gianni abandonó a Paolo cuando nació debido a que en el parto murió la madre y el niño sufrió una minusvalía física y mental. Ahora, Gianni aceptará acompañar al chaval a un hospital de Berlín para que siga una rehabilitación, y probará a ejercer la dura tarea de padre que había eludido hasta el momento.
La convivencia con locos o retrasados mentales es un tema delicado, que el cine suele retratar con poca honestidad. Entre los pastelones melodramáticos a lo Hollywood y las producciones con buen rollito, encontrar un film que enseñe en toda su crudeza los estragos, sacrificios y dudas que supone lidiar con el problema es un milagro. Al menos en esto la intención de Las Llaves de Casa sí merece un aplauso. Sus mejores secuencias son aquellas en las que Gianni, solo o en compañía de la madre de otra retrasada (Charlotte Rampling), reflexiona sobre el coste de cuidar a un ser humano impedido, y atisba la dificultad y la grandeza del verdadero amor, el que da siempre sin esperanzas de recibir nunca demasiado. Momentos desgarradores por lo que hay en ellos de verdad sin afectación, y beneficiados por la sensible interpretación de Kim Rossi Stuart y la banda sonora de Franco Piersanti.
Sin embargo, antes de que tengan lugar tales revelaciones, que son las que prestan su sentido a la película, hemos de asistir a demasiados minutos que de manera tópica y reiterativa detallan el conocimiento, la confianza y el cariño que surgen entre padre e hijo, rodados para colmo de una manera plana a más no poder. Según Amelio, “hubiera sido un error tontear con el narcisismo de la cámara y buscar algo de bravura formal, así que hice todo lo posible para mostrar del modo más realista el trasfondo de la historia”. No vamos a entrar aquí a discutir qué es el realismo en el cine. Eso sí, nos negamos a aceptar que suponga renunciar a cualquier “narcisismo” o “bravura formal”, y que implique por el contrario la sequedad visual que delata Las Llaves de la Casa durante gran parte de su metraje.
Al fundamentalismo de la imagen vistosa porque sí, propio del cine de multisala y palomitas, algunos se empeñan en oponer otro igualmente castrante y convencional, del que también sería un buen ejemplo la reciente Princesas. A ver si Jean Renoir y Roberto Rossellini van a tener que salir de sus tumbas para enseñar a Amelio o a León de Aranoa que el realismo no está reñido con la composición del encuadre, la profundidad de campo y la creación de atmósferas.