En esta comedia americana de gran lanzamiento dirigida por David Dobkin (Los rebeldes de Shangai) nos encontramos con John y Jeremy, dos excelentes mediadores en divorcios interpretados por un solvente Vince Vaughn (que parece haberse estudiado al dedillo la gestualidad de Will Smith) y Owen Wilson (actor normalmente difícil de soportar, pero que aquí está más contenido de lo habitual). En sus ratos libres ambos tipos, auténticos vividores, se dedican a colarse en todo tipo de bodas para comer de gorra, convertirse en el alma de la fiesta gracias a su carisma y ligarse a alguna chica que durante la celebración se haya sobrepasado con el alcohol.
Durante un trepidante tramo inicial presenciamos el modo en que la pareja se comporta en dichos saraos, acompañados de un montaje muy acertado durante el cual hay que agradecer que no se abuse de toda la típica retahíla de canciones de moda en la MTV. Hay detallitos que hacen gracia y nos colocan una media sonrisa en la cara, como las apuestas que los protagonistas hacen acerca de los clichés de cualquier boda corriente.
Después la película nos presenta a los que serán los “intereses románticos” de ambos crápulas, en el transcurso de la boda de la hija de un ministro al que interpreta el siempre eficaz Christopher Walken, y ahí es donde se levanta el pie del acelerador y comienzan a aflorar las carencias del film, que a partir de ese instante transcurrirá por senderos bastante trillados, aunque con detalles ingeniosos y alguna que otra frase que provoca la risa. El guión tampoco da para más: apenas alguna levísima crítica a la institución del matrimonio. Por ejemplo, la hija del ministro es idiota perdida, y su marido el típico guaperas; en la boda la unión de ambos hace presagiar lo peor, y provoca la risa (por ridículos) de una de las hermanas de la novia.
Eso sí, una vez encauzada la predecible historia sólo queda esperar que pase lo más rápido posible, pero eso no ocurre: hacia el final todos estamos esperando la reconciliación de dos de los personajes, momento que se va postergando hasta lo indecible y que nos lleva hasta casi las dos (excesivas) horas de metraje total. Demasiado para algo que todos sabemos cómo terminará, de forma ñoña además. Al menos la aparición in extremis del personaje de Will Ferrell y sus estrambóticas ideas le dan algo de color al asunto, pero no basta para llegar al aprobado.