Hay días que entra uno al cine con las mejores intenciones, dispuesto a dejarse llevar por la historia que nos proponga el director de la película de turno (en este caso Jaume Balagueró, firmante con anterioridad de las efectivas Los sin nombre y Darkness), pero sin saber muy bien por qué, llega un momento en que todo se tuerce y no puedes evitar analizar maliciosa y minuciosamente cada detalle, hurgando en las heridas y en los huecos que el argumento va dejando.
Frágiles, último largo hasta la fecha de Balagueró, pone muy fácil esa tarea desde el primer momento, dejando que el espectador que acuda a la sala con ganas de no pasar ni un fallo se cuestione demasiadas cosas. Y es que resulta absurdo que un hospital británico recurra a traerse a una enfermera de Estados Unidos para cubrir una baja en su plantilla, sobre todo cuando el hospital va a cerrar en unos días y cualquier otro empleado podría hacer dicha labor. Ridículo se antoja que el personal que tiene el hospital no dé abasto para ocuparse de todos sus pacientes, seis niños postrados en cama, o que no se les pueda reinstalar en otro centro médico (se da una excusa, bastante endeble). Para más inri, en el pasado de la enfermera protagonista sucedió algo que casualmente tiene relación con el tema de la película, algo que le hará enfrentarse a sus fantasmas personales y bla bla bla... ¿Captan por dónde van los tiros? Nada demasiado original.
Pues así todo. Irritan esos detalles a los que, a falta de entretenimiento mayor en la pantalla mientras la escasa trama avanza, vamos dando vueltas en nuestra cabeza, restándole credibilidad a lo filmado. Lo del segundo piso del hospital, un tremendo foco de infección permitido en un supuesto centro de salud, clama al cielo, así como la aparente ausencia de escaleras para acceder al mismo. Eso sí, las escenas en dicho lugar dan miedo, porque estamos en una película de terror y se supone que al menos debe pegarnos a la butaca y provocarnos pesadillas por la noche, aunque la premisa para que pasemos miedo apenas se sostenga.
Quien se conforme con unos cuantos sustos quizá tenga bastante, pero a Balagueró cabe exigirle más porque ha demostrado que sabe hacerlo mejor.
Por lo demás, estamos ante un típico producto de la Fantastic Factory. Presupuesto escaso, pocas localizaciones (apenas se sale del hospital), una estética fría y oscura, un ritmo moroso salpicado de sustos esporádicos... Nada nuevo, mezcla de varios tópicos del cine de terror moderno, y con una estructura narrativa que nos permite sestear un poco en los trozos donde sabemos que no va a suceder nada especial.
En cuanto a los actores, señalar como curiosidad que vuelven a coincidir los eficaces Richard Roxburgh y la española Elena Anaya, tras su participación en la deplorable Van Helsing, y destacar el tremendo error de casting que ha supuesto darle el papel protagonista a Calista Flockhart, incapaz de transmitir emociones y de un atractivo dudoso a estas alturas. Pero claro, quizá el presupuesto tampoco daba para más, igual que la cinta resultante.