Alguien debería prohibir a Luc Besson escribir y producir películas que luego no dirija él mismo. Cuando el autor de Nikita o El Profesional se pone tras la cámara esgrime un oficio visual que al menos disimula lo endeble de sus historias. Cuando se limita sin embargo a escribir y/o producir Besson deviene –salvo excepciones como Los Golpes de la Vida- una máquina de bodrios marcados por una concepción cool, graciosilla e infantiloide del espectáculo que hace llorar.
Fue el caso de Transporter (2002), película de acción cuyo único interés residía en su personaje principal, Frank Martin. Un militar retirado con merecida fama como conductor entre el crimen organizado gracias a tres reglas propias que seguía escrupulosamente: Nunca se cambian las condiciones del trato inicial. Nunca se dan nombres propios o ajenos. Nunca se fisga en el cargamento que se transporta. El actor Jason Statham confería además a Martin cierto carisma. Pero ni eso ni cuatro escenas de persecución y lucha acrobática bastaban para soslayar la simpleza del guión ni la descarada publicidad de coches alemanes.
El éxito de Transporter en dvd ha propiciado una secuela que, podemos anticipar, no ofrece ninguna novedad ni mejora, salvo en el modelo del vehículo publicitado. La crítica norteamericana ha celebrado que su argumento sea ligeramente más complejo que el de su predecesora. Deben referirse a que el hijo de siete años de Besson ha dejado su sitio al de doce frente al software de creación de guiones.
La película nos presenta a Martin empleado en esta ocasión como chófer de un matrimonio millonario y mal avenido. El hijo de la pareja es secuestrado. Hasta aquí la cinta recuerda bastante a El Fuego de la Venganza. Martin parece cómplice del entuerto para todo el mundo –excepto para la señora de la casa, que quería acostarse con él-, y habrá de resolverlo sin ayuda. Descubrirá que el hecho es parte de una conspiración que recuerda sobremanera a Mission: Impossible 2 y que ha sido maquinada por un desecho de discoteca y una terminatrix vestida para la faena con ropa interior, liguero, zapatos de tacón y dos ametralladoras. Ésta también quiere acostarse con Martin. ¿No recuerda a Scary Movie?
Aquí es cuando los fans de este tipo de cine menean la cabeza y exclaman: ¡Ignorante! ¿No sabes que en una película como Transporter 2 lo importante no es el guión, sino las coreografías de lucha y las escenas de acción? Efectivamente, los títulos de crédito iniciales nos dicen que hay un encargado de dirigir los combates cuerpo a cuerpo (Corey Yuen, realizador de la primera parte), otro encargado de las persecuciones automovilísticas (Michael Waxman),y otro de hilvanar lo anterior con esos planos de relleno en los que se oye a los actores aullando, maldiciendo y hasta intentando dialogar.
Éste último es Patrick Leterrier, que en Danny the Dog –su ópera prima, también facturada por Besson- lograba que las bofetadas tuvieran alguna relación con la historia y cierta verosimilitud. Lo que debe haberle costado una buena reprimenda por parte de su jefe, ya que en Transporter 2 él y los montadores se han empleado a fondo para hacer imposible vislumbrar quién atiza a quién con la manguera, cómo trepa el héroe de la lancha al autobús, cuándo aprendió a esquivar balas, dónde se apoya su coche para hacer el pino puente y si de verdad vale la pena el físico de la terminatrix. Así que los expertos en artes marciales y pelis de tiros tampoco van a encontrar ninguna escena destacable, de esas que les gusta archivar en su álbum de perversiones. En Transporter 2 los personajes necesitan ocho planos para ceñirse el refajo. Como para entender lo que hacen cuando se juegan la vida.
En fin, que Jason Statham merecería mejores guiones, que Luc Besson tendría que limitar a sus niños el uso del portátil, y que Transporter 2 no merece ni una palabra más.