La nueva película del director sueco Lasse Hallström, quien desde hace años factura productos cinematográficos genuinamente americanos, no rompe para nada con su modo de crear historias, así que aquellos que disfrutaran con sus anteriores films (los más recientes: Las normas de la casa de la sidra, Chocolat y Atando cabos) seguramente saldrán satisfechos de Una vida por delante.
Los demás seguramente no serán tan entusiastas respecto al resultado final, pero al menos no podrán negar la corrección de la cinta.
Einar Gylkison (Robert Redford) vive en un rancho al noroeste de Wyoming, en una casa contigua a la de su antiguo ayudante y mejor amigo, Mitch Bradley (Morgan Freeman), que acabó paralítico hace tiempo, tras ser atacado por un oso. Su rutina diaria se verá interrumpida por la llegada de la nuera de Einar, Jean (Jennifer Lopez) y su hija, que vienen huyendo de los maltratos a los que las sometía el novio de Jean. Las tensiones aflorarán porque Einar culpa a Jean del accidente que acabó con la vida de su hijo unos años atrás, pero hay que añadir que el novio maltratador le ha seguido la pista, y que el oso que condenó a Mitch a pasar el resto de sus días postrado en la cama vuelve a andar en libertad por aquellos lares.
Estamos ante una historia de personajes que tienen en su pasado uno o más errores dignos de ser perdonados, pero que a su vez se niegan a conceder el perdón a los demás o incluso a sí mismos. El guión construye a unos caracteres habituales en el cine de Hallström, todos con rasgos muy marcados, un cierto cinismo y una elevada carga de humanidad que siempre anda a unos pasos de distancia de la sensiblería. Eso sí, como ya pasaba en varias de las anteriores obras del mismo director se echa en falta una mayor dosis de emoción que nos atraiga y nos anime a implicarnos más en lo narrado (personalmente, la trama del oso no atrae nada), así que a pesar de la corrección formal conseguida uno desearía que Una vida por delante consiguiera provocar alguna lágrima, algún escalofrío, alguna carcajada... pero eso, como el pausado ritmo narrativo del cineasta sueco, es marca de la casa y a estas alturas resulta difícil de disociar del nombre de quien se dio a conocer en 1987 gracias a las nominaciones a los Oscar (al mejor guión adaptado y mejor director por Mi vida como un perro). Aun así, está por encima de la media de la producción estadounidense del momento.