Tras el sorprendente debut que supuso la producción 9 reinas, su director Fabián Bielinsky construye con la sana intención de alejarse del tono sarcástico de su predecesora, un incómodo thriller que rompe con las constantes del género. Incómodo dado que desde los primeros minutos de proyección -ya en los títulos de crédito- el desasosiego inunda cada fotograma, acompañándonos durante el largo viaje hasta la imprecisa resolución. La culpa la tiene el personaje de Ricardo Darín, dando un nuevo enfoque a su carrera con esta interpretación, la de un hombre que suele pasar inadvertido para el resto del mundo y que de manera fortuita se ve envuelto en el atraco de un furgón blindado.
Es digno de alabanza que un cineasta que disfrutó del éxito repentino de crítica y público con su ópera prima –y de la que por cierto se ha hecho un remake en Hollywood- opte por un modus operandi tan alejado de lo previsible, revelándose con ello como un sobrio artífice de atmósferas que nos pesan, e incluso llegan a asfixiar. Los tonos apagados, el sonido de la naturaleza, la carga interior del personaje de Darín –ejerciendo una profesión un tanto escabrosa, la taxidermia-, el tempo narrativo... todos esos elementos recrudecen una historia con aires de thriller que intenta dejar de serlo a cada momento.
Cada secuencia transmite una violencia oscura difícil de digerir, pero a la vez muy controlada, sin pasar por el aro, a un ritmo que el director ha elegido sin importarle las ansias del respetable por desentrañar las claves del film.
El introvertido taxidermista es llevado de manera casual y, por ende, el espectador se ve atrapado en el mismo juego, siguiendo sus mismos pasos y sufriendo con él los ataques epilépticos en los que nuestro protagonista encuentra la libertad absoluta.
El resultado desconcierta y se disfruta a partes iguales. Por un lado se agradece el riesgo adoptado por Bielinsky ante un relato que no resulta fácil de ver, dado que se prodiga poco en la pantalla una puesta en escena tan turbadora. Se considera un acierto la elección de Ricardo Darín en un cambio de registro tan brusco, sin embargo la duración se antoja demasiado prolongada y el espectador se siente impaciente al ver que el desenlace no llega. No obstante, el recurso ambiental está tan llevado al extremo, que es prácticamente imposible quedar impasible por la experiencia, y eso ya es mucho.