Hace siete años se estrenó una película de aventuras que dejó en evidencia tanto a los críticos que se cargan por sistema las superproducciones hollywoodenses sin detenerse a valorar cada caso en particular, como al espectador que en nombre del “entretenimiento” anda por ahí igualando los méritos de En Busca del Arca Perdida y Sáhara y todavía no ha sido internado.
La cinta en cuestión se llamaba La Máscara del Zorro; conjugaba con acierto la tradición y la post-modernidad, la acción y el humor, estaba encantadoramente interpretada por Antonio Banderas y Catherine Zeta-Jones, y la dirigía con cierto talento Martin Campbell. No era una obra maestra, ni falta que hacía. Los mayores de siete años salían del cine sin sensación de vergüenza propia y ajena, y eso ya era un milagro en 1998, el año que legó a la historia del arte Arma Letal 4, Armaggedon, Hora Punta y Godzilla.
Hasta tal punto La Máscara del Zorro era una película bendecida por los dioses que ni siquiera su continuación, realizada para colmo por el mismo equipo, ha logrado reproducir la magia del original. La Leyenda del Zorro adolece de un guión muy pobre. A partir de ahí, en un modelo de cine marcado por la importancia sacrosanta de lo narrativo y un concepto meramente ilustrativo de la imagen, da igual que el resto de los elementos técnicos y artísticos intenten salvar la papeleta. El resultado no está a la altura esperable.
Han pasado algunos años desde que Alejandro Murrieta (Banderas) recibiese de Diego de la Vega (Anthony Hopkins) el legado de El Zorro, una figura enmascarada que defiende a los humildes en la California caciquil de mediados del siglo XIX. Alejandro se casó además con Elena (Zeta-Jones), la hija de Diego, y juntos han engendrado un vástago, Joaquín (Adrián Alonso). Las obligaciones familiares y las justicieras están lejos de armonizar, y Elena abandona a Alejandro. Éste no puede reaccionar, pues se ve aún más atado a sus deberes como Zorro debido a las maquinaciones de una misteriosa organización que pretende impedir la anexión de California a los Estados Unidos.
En La Leyenda del Zorro se plantean desde el principio tres líneas argumentales que no se desarrollan bien por separado y que chocan entre ellas. La primera y principal atañe a un complot pintado con los habituales tintes patrioteros, aislacionistas y xenófobos, y contado a través de carreras de los personajes de un escenario a otro a diez planos por segundo y a todo volumen sin que sepamos bien porqué ni para qué. La segunda hace hincapié en los desencuentros de Elena y Alejandro, en un tono vodevilesco nada inspirado. Y la tercera involucra al hijo de ambos. El niño de los c… que decía aquel, a quien le son consagradas para desesperación del patio de butacas una escena tras otra ejerciendo de pequeño zorro.
Con estos desequilibrios y gracias infantiles haciendo naufragar la película, sólo pueden resaltarse detalles: la refriega inicial y la posterior discusión de los protagonistas, algún expresivo primer plano de la bellísima Catherine Zeta-Jones, el trabajo de los especialistas… Poca cosa a la que agarrarse para eludir el aburrimiento.