Perder a una niña en un avión, que sólo su madre la haya visto subir a bordo y que el resto del pasaje comience pronto a mirarla como si tuviera la cabeza inundada de pájaros, da poco espacio para una película. Más cuando todos estos elementos han sido anunciados con claridad esquemática por un peligroso trailer, y cuando en la cinta, a los veinte minutos toda esa idea ha quedado sobradamente expuesta. ¿Qué más puede quedar por hacer?
La madre puede volverse más o menos loca, puede alternar distintos grados de histeria a medida que el metraje se agolpe sin que nada suceda, puede rebuscar en los intestinos del avión, pero difícilmente puede tener sentido acompañarla en una búsqueda que antes o después debe conducirnos por lugares conocidos. Porque aunque el escenario sea original y se le enfoque con precisión, ha de acabar haciéndose pequeño.
Del equipo técnico que se encarga de orquestar la desaparición, ni la escasa trayectoria de Robert Schwentke (The Family Jewels) ni Peter Dowling como guionista acompañado de Billy Ray (coautor de La guerra de Hart) son excesiva garantía para manejar una situación así. Lo único que resultaría extraño es que Jodie Foster, una de las escasas actrices que asegura un mínimo de calidad, participara en la trama si no tuviera algo de interés. También queda pronto fuera de duda la labor de fotografía, Florian Ballhaus (hijo del nominado Michael Ballhaus con quien ha trabajado en Gangs of New York) da un aspecto de proximidad y tristeza al avión que ayuda a introducirse en la cabina.
En cualquier caso, la actriz a la que ya se pudo ver ejerciendo de madre protectora en apuros de la mano de David Fincher en La Habitación del Pánico, es una de las mejores bazas de la producción. Cuando su cara empiece a contraerse por la tensión y su mirada se asome al abismo de sus peores pesadillas, todo lo que la rodee será más creible y tangible. Su preocupación se contagiará al espectador por pura empatía, tanto loca como cuerda su pena empaña a los espectadores.
Después, la unión de todos los miedos posibles vigentes en torno a un vuelo de avión, dará para acrecentar sospechas al mismo tiempo que dudamos de si es o no la cordura de la protagonista la que está en juego. Sometidos durante años a tanta recurrencia de películas tramposas, cualquier golpe de efecto va a resultar más cargante que interesante, y en ese sentido y por obligación argumental, Plan de Vuelo Desaparecida ha de resultar artificiosa por necesidad. El encaje de todas sus piezas en un perfecto puzzle obliga a que estas hayan sido cortadas de una manera demasiado perfecta y determinada como para que se asemejen en algo a los trazos de una historia natural. No obstante, si se contempla su odisea sin un excesivo ánimo crítico, si uno da pequeños saltos de fe (y algún que otro grande) a medida que se alambica el desenlace, sobrevolar en la noche las emociones del pasaje y ver su evolución a medida que se suceden los acontecimientos, resulta mucho más emocionante que quedarse en tierra. Y uno se alegrará de estar pisando suelo firme.