Sacar el lado más cómico de De Niro desde sus rasgos de tipo duro, unirlo al cargante Billy Crystal sin permitirle caer en excesos, y hacer burla desde la crudeza mafiosa, son haberes que Harold Ramis ya tenía en su primera Terapia Peligrosa. Su deseo de no caer en una mera continuación impuesta por la industria, y aprovechar bien el filón creado, le ha llevado a descartar varios guiones con una finalidad no del todo cumplida, pues se puede decir que ha acabado haciendo más de lo mismo. La explotación de todo lo que ofrecía la primera parte podía evidentemente dar más todavía, y es por eso que con la excusa del reencuentro, de revivir mismos guiños en distintas situaciones, la aportación es suficiente como para hacer una nueva película.
Hay así una garantía de situaciones cómicas que volverán a surgir desde los carácteres antagónicos -e irregulares- de sus protagonistas, un pareja extraña que en su contraste combina bien y a la que sólo hay que ir ofreciendo nuevas situaciones. Pero lejos de un clímax de humor casi alcanzado en la primera parte, sólo hay esparcidos buenos momentos de comedia, algo ya visto que se prorroga con cierta elegancia y sin abusar más que lo necesario.
En ocasiones, da la sensación de que algunas escenas daban para más, que era posible llevar el ritmo a un nivel más elevado. Y es que, que en un extraño jurídico el gran mafioso acabe en casa del sobrepasado psiquiatra, era un planteamiento al que sacar mucho partido -prescindiendo del curioso detalle de ver otra vez a Lisa Kudrow, Phoebe en Friends, ejerciendo de Phoebe en Friends-. Pero pese a todo, no deja de ser una opción de volver a sumergirse en una terapia que acaba siendo mutua y enriquecedora, que con un guión más que decente ofrece una buena sesión de cine sin necesidad de alcanzar el nivel de obra maestra.