Segunda película de la guionista, productora y realizadora Shainee Gabel tras Anthem (1997), documental co-dirigido por Kristin Hahn y premiado en el Festival de Amsterdam que analizaba on the road la salud del sueño americano a finales del siglo XX.
Para su debut en la ficción Gabel se apoya en una novela de Roland Everett Capps y vuelve a uno de los escenarios que retrató en Anthem, Louisiana. Allí, en la casa legada por una reciente fallecida, vegetan un antiguo profesor de literatura (John Travolta) y uno de sus ex-alumnos (Gabriel Match). Sus existencias invisibles y autodestructivas se ven alteradas por la aparición de una joven desarraigada (Scarlett Johansson) que resulta ser hija de la muerta y que se niega a compartir la casa, su herencia, con semejantes perdedores.
Con un tema semejante y la forma en que se ha publicitado no inventamos nada al describir Una canción del pasado como uno de esos dramas de catarsis emocional y prestigio interpretativo que aspiran cada invierno a premios y a los pocos meses caen en el olvido. Como tal debe señalarse que la película no ha cumplido sus objetivos: se estrena en España con más de un año de retraso, tras fracasar en la taquilla norteamericana y alzarse únicamente con una nominación a la mejor actriz (Johansson) en la pasada edición de los Globos de Oro.
Hay mucho de convencional, desde luego. La efectiva interpretación de Travolta como alcohólico con encanto, su previsible redención ayudando a la Johansson a escapar a su condición de white trash, la agradecida atmósfera de Nueva Orleans (excelente fotografía de Elliot Davis)... Sin embargo, el film escapa a esos condicionantes gracias a su falta de sentimentalismo, a la naturalidad e ironía con que se describe a unos personajes al borde del abismo, y a la importancia que adquiere la literatura en la historia.
En efecto, en unos tiempos en los que el cine parece desdeñar la palabra, Una canción del pasado reivindica la belleza y el alivio que proporcionan la lectura y la escritura. Los caracteres de esta película y su autora son demasiado inteligentes como para pensar que la vida da la felicidad o tiene algún sentido; y creen en cambio que una cita, una frase, una reflexión, pueden iluminar durante unos instantes nuestro camino a ciegas. No es una ilusión. Nadie va a negarles por ejemplo a Carson McCullers o a Dylan Thomas, citados en el film, el haber apurado la hiel de la existencia. Pero si la transformaron en miel fue gracias a su genio con la pluma, que siempre servirá para sobrevivir un día más a quien sepa apreciarlo.
Es a través de la palabra, pues, que los protagonistas de Una canción del pasado encuentran cierto consuelo. En este detalle radica la nobleza y la radicalidad de la propuesta de Shainee Gabel, y lo que la diferencia de tanta medianía refrita a base de frases, sensibilidades y actitudes de parvulario.