Podría quizás provocar el rechazo del espectador ocasional que acuda a la sala buscando su dosis de salvaje violencia oriental.
Cada artista suele tener por norma una serie de temas habituales que se repiten y entremezclan una y otra vez a lo largo de sus obras. Varia el punto de vista pero usan los mismos elementos para contar otras historias similares pero a la vez distintas en su fondo.
The Hidden Blade, obra del japonés Yoji Yamada, recuerda poderosamente a El Ocaso del Samurai, su película inmediatamente anterior y con la cual acarició la dorada estatuilla de los Oscar.
Ya sea por haber considerado que se había dejado cosas en el tintero o por la intención de volver a obtener los mismos resultados positivos, nos encontramos con una repetición virtual tanto en su planteamiento como en la forma de llevarlo a cabo, reiterando no solo los temas sino incluso escenas que podrían ser perfectamente intercambiables.
Si en aquella ocasión se nos narraba las vicisitudes de un samurai de clase baja de mediados del siglo XIX, obligado a defender a una amiga de la infancia de su cruel marido para luego contarnos la historia de amor entre ambos, aquí Yamada nos narra la de otro samurai de rango inferior que, tras rescatar de las garras de la maltratadora familia de su marido a una joven, acaba enamorándose.
Pero aún hay mas: elementos como la reflexión sobre el fin de la era de los samuráis por la apertura del país a Occidente y a las modernas disciplinas militares y las armas de fuego, o el choque entre el deber del samurai a su clan y sus sentimientos personales, se repiten cual imágenes especulares. Incluso alguno de sus duelos recuerda en sus localizaciones y puesta en escena a lo ya visto.
Una de las pocas diferencias la supone el mayor margen que en esta ocasión se deja al humor, particularmente en las secuencias que muestran a los rudos samuráis aprendiendo con más torpeza que habilidad el manejo de los artefactos occidentales, o el mayor hincapié que a través de esas mismas escenas se hace en la temática del fin de una era de tradiciones a favor del progreso occidental, con el desprecio que para las habilidades del guerrero supone el uso de las armas de fuego.
Inscrita de nuevo en el género del chambara (películas de samuráis) visto desde una vertiente más clásica y reposada, alejada de la adrenalínica, épica y, ya puestos, tópica figura del samurai, la carencia de histrionismos –los combates, por ejemplo, se narran casi en plano fijo-, dotan a las imágenes de una puesta en escena que en ocasiones da un aire casi pictórico a algunos planos. Esa mirada más cotidiana y simple, junto a ese sentido del tiempo tan particular del cine japonés podría quizás provocar el rechazo del espectador ocasional que acuda a la sala buscando su dosis de salvaje violencia oriental, pero atraerá a aquellos que busquen ver el género desde otra perspectiva (a lo que ayudará que no hayan visto el film anterior).