Hasta seis personas abandonaron la sesión en la que vi El Sabor de la Sandía. Ahora que las películas orientales se han hecho un hueco estable en la cartelera española, alguien más inteligente que yo, más libre que las distribuidoras y menos perezoso que otros críticos debería informar con rigor sobre lo que cabe esperar en realidad de un cine ajeno a nuestras categorías genéricas o ideológicas, y para el que no valen por tanto unas consideraciones que solo llevan a equívocos y apoplejías entre el público.
Sin ir más lejos, esta película no se llama originalmente El Sabor de la Sandía, sobrenombre que viene a insinuar un contenido enrollado, modernito y cómplice. Su guionista y director, Tsai Ming-Liang, la tituló Una Nube al Borde del Cielo, alusión alegórica a corazones rotos y a personas solas.
Tampoco se trata ni mucho menos de una comedia sabrosa, ni de una muestra de erotismo jugoso con ciertas secuencias guarras como han escrito por ahí publicistas desaprensivos y gacetilleros estropajosos; aunque el film incluye humor, sexo y hasta números musicales, son elementos empleados de una manera subversiva y desinhibida que congela la sonrisa, perturba o anula la libido, y presenta el lado grotesco del optimismo, las ensoñaciones y los tópicos románticos.
Por fin, es evidente que el autor ni cae en la misoginia ni pretende criticar la producción y el consumo de películas pornográficas –el protagonista se gana la vida interpretándolas-, como ha señalado algún crítico condicionado por lo políticamente correcto; sino contar una historia terrible sobre la soledad, y sobre la inutilidad del vínculo amoroso para superarla. El recurso metafórico o concreto de los personajes al agua, a las sandías o al sexo no es más que la demostración de su impotencia para comunicarse de otro modo, como demuestra un desenlace brutal en el que se funden el gemido, el alarido, el semen, el sudor y las lágrimas.
Todo ello plasmado visualmente con un sentido milimétrico del encuadre, que se toma su tiempo para empaparnos de interiores tétricos y exteriores alienantes, que desdeña el argumento y se centra en las sensaciones, y que estira algunas secuencias de una manera irritante.
Así las cosas, ante El Sabor de la Sandía sobran la indiferencia y los clichés. Aburre, impresiona, deprime, emociona. Nos hace recordar que el cine puede ir más allá de contar una anécdota cómoda y trillada con estilo formulario. Solo por eso merece una oportunidad. Pero sabiendo lo que nos espera cuando comience la proyección…