Aunque nos olvidemos de ello constantemente, a menudo las más grandes historias no están ocurriendo en la gran pantalla de un centro comercial, sino en el calle de al lado. El director Pedro Pérez-Rosado, obsesionado a lo largo de su carrera audiovisual con el documental, apuesta por ello en su segundo largometraje. Fruto de su insistencia la guionista Lilian Rosado González aceptó investigar sobre las condiciones de precariedad en las que trabajaban algunas mujeres en fábricas, no de Marruecos, China o Brasil, sino en la provincia de Valencia. La guionista pasó dos semanas trabajando en una fábrica en el que mujeres pulían muebles por dos euros la hora, algunas inmigrantes, y muchas españolas. En pocos días ya tenía más de la mitad del guión escrito.
Lilian Gonzalez demuestra a largo del guión lucidez a la hora de aprehender un microcosmos, una fabrica de muebles clandestina entre naranjos, y en el punto de vista, las mujeres que trabajan en ella. Agua con Sal trata sobre la relación de dos mujeres, las dos en el punto más bajo de la escala social valenciana, una que se recrea en su miseria, la otra que descubre que es impermeable al mal. Si en Princesas, Fernando León de Aranoa rinde homenaje al hundimiento de sus féminas, aquí Pedro Pérez-Rosado las saca minuciosamente a flote y pone una dirección en su vida a golpe de actitud. No son la misma película, aunque ambas tengan vocación social y busquen iluminar aspectos de la sociedad española que nuestro cine ha desaprovechado hasta la fecha. “Con esta película he viajado más que con ninguna” afirma Pérez Rosado.
Buena parte de la culpa de por qué el espectador se queda clavado ante esta dosis de realidad la tienen sus actrices. Yoima Valdés interpreta fantásticamente a la joven Olga, delicada y contenida, mostrando una amplísima gama de registros. Olga camina por la cuerda floja para finalmente demostrar que nunca ha estado a punto de caerse. Leyre Berrocal (Mari Jo) mantiene una densa relación con Juan Carlos Morales (Johnny), ambigua, sucia y desbordante. Berrocal se las ingenia para encauzar un personaje casi animal.
Agua con Sal no responde a una estructura clásica con objetivo, puntos de giro y ritmo trepidante. Pérez Rosado no busca entretener, prefiere presentarnos a gente. La trama no se echa en falta gracias a su galería de personajes, a caballo entre la fábula y la provincia de Valencia. Desde el cliente silencioso de un bar de pueblo, hasta las trabajadoras rusas de la fábrica, todos los personajes secundarios gozan de un poso y naturalidad que bien se podría hacer con cada uno una película. Parece mentira que tanta materia prima se escondiera justo al torcer la esquina.