Siguiendo la estela de producciones más o menos destacables (poco para el que esto suscribe), pero desde luego llamativas a nivel visual como Tigre y dragón (Ang Lee), Hero o La casa de las dagas voladoras (Zhang Yimou) nos llega en esta ocasión la nueva película del director Tsui Hark (responsable de subproductos como Zu Warriors o Double Team, con Jean-Claude Van Damme). La historia se encuadra dentro del denominado wuxia, es decir, ese género chino que mezcla y tritura a partes iguales diversos ingredientes (aventura, unos toques de historia medieval, leyendas y artes marciales), para dar como resultado algo que en ocasiones se asemeja al western o a las películas de capa y espada occidentales, aunque en determinados momentos está más cercano a los tebeos de superhéroes tal y como los entienden por aquellos parajes lejanos. Casi nada.
Se ha hablado del parecido del argumento con el de Los siete samuráis de Akira Kurosawa, inspiración reconocida por el propio director de estas Siete espadas, y lo cierto es que algo hay: en el siglo XVII un edicto imperial prohíbe el estudio y práctica de las artes marciales, y Viento de Fuego es un brutal general que se dedica a ejecutar a los acusados y cobrar recompensa por ellos. Una pequeña aldea es el siguiente objetivo del general, y sus habitantes se verán ayudados por siete guerreros con poderes y capacidades especiales, todos los cuales tienen espadas de diversas características. A partir de ahí asistimos a la lucha de los héroes por salvar a los habitantes de la aldea de la maquinaria bélica de Viento de Fuego.
Desde el principio la película adolece de demasiados males como para poder decir que merece la pena su visionado. Empecemos reseñando la inexistente presentación de personajes: los siete espadachines, más los villanos, más toda una pléyade de secundarios, apenas se ven esbozados y nos dejan fríos tanto sus reacciones como aquello que les pueda suceder, porque la identificación con ellos es nula. Vale que quizá formen parte de la iconografía popular china y a aquellos espectadores les sobren dichas presentaciones, pero eso es algo que los occidentales sólo podemos intuir y que no favorece a introducirnos en la trama ni impide que ésta discurra de forma totalmente errática.
El argumento en sí está lleno de licencias que, siendo generosos, lo aproximan al mal tebeo de superhéroes o al cine de acción más casposo: hay elipsis de juzgado de guardia para evitarse resolver ciertos conflictos, así como errores vergonzantes: por ejemplo, los villanos disparan flechas en determinadas ocasiones, pero parece que ninguno de ellos se acuerda de usarlas cuando tienen ocasión de acabar desde la distancia con alguno de los héroes. Destacar también el terrible aburrimiento que se apodera del espectador en los larguísimos tiempos muertos que pueblan el metraje, salpicados de filosofía oriental de baratillo y diálogos que claman al cielo de sonrojantes que son. Así se completan dos horas y media de duración total que se hacen casi imposibles de aguantar por alguien que no sea un fanático de este tipo de cine.
A nivel técnico denunciar el irritante abuso de la cámara lenta o la caótica narración, torpe y confusa como pocas, que hace que nos sea muy difícil seguir paso a paso las peleas o las batallas que se producen, reduciéndose todo a una ensalada de saltos, piruetas y mandoblazos que sólo dejan claro qué ha sucedido cuando se aposenta el polvo. Además, Siete espadas no es ni de lejos tan vistosa como las tres cintas nombradas al principio (por ejemplo, las coreografías de las escenas de pelea son mucho más pobres).
Eso sí, destaquemos la música, la fotografía y el vestuario, esos tres aspectos tan socorridos siempre que se quiere salvar algo de un producto lamentable. En definitiva, una película de serie B que a buen seguro será aclamada por algún crítico con ínfulas por el mero hecho de venir de la exótica China.