Existe en Francia una tremenda diferencia entre la elite noble, política y cultural, y las clases populares. Un abismo que la inmigración, como demuestran los disturbios recientes, parece haber hecho insalvable.
Y si hace unos días criticábamos la esterilidad al respecto de propuestas cinematográficas como El Niño, debido a que en su concepción, su desenlace y sus destinatarios faltan pese a las apariencias el contacto con la realidad, no puede decirse lo mismo de la segunda obra como guionista y realizador del tunecino Abdellatif Kechiche. Pues La escurridiza, o como esquivar el amor plantea con cierta fortuna una historia que tiende entre lo exquisito y la calle el puente quebradizo pero universal de los sentimientos para demostrar que los prejuicios entre pobres y ricos, blancos y negros, altos y bajos, no constituyen sino la cárcel de nuestras emociones.
La escurridiza es Lydia (Sara Forrestier), una adolescente que ensaya para el fin de curso la obra de Pierre Carlet Chamblain de Marivaux El Juego del Amor y del Azar (1730). En principio, nada más lejano al divertimento galante y analítico de un precursor de la Ilustración que un grupo de jóvenes inmigrantes del extrarradio parisino cuyo horizonte intelectual no pasa de los colegas, el móvil y el parque. Y sin embargo las complicaciones que a Lydia le acarrea su relación con Krimo (Osman Elkharraz), un compañero de clase tan enamorado de ella que se cuela en el reparto de la obra, no tienen mucho que envidiar en cuanto a equívocos, enredos y ambigüedad sentimental a la representación.
La película no trata por tanto de crear mala conciencia en el espectador o jugar al aplauso solidario. Le basta con poner a un adolescente haciendo el ridículo por amor para que al espectador se le encoja el corazón y se identifique con él sin atender a su raza o su credo. Los personajes no son estereotipos al servicio de un mensaje o de un determinismo social. Ríen, discuten, aman y no son amados.
Otra cosa es que las formas de La escurridiza dejen que desear. Rodada con poco presupuesto, cámaras digitales y actores novatos, en lo visual sí cae en numerosos tópicos asociados al cine cercano a la vida. Abuso de los primeros planos, nulo trabajo de fotografía, planos temblorosos y barridos, y sobre todo una confusión entre lo cotidiano y lo nimio que lleva a varias escenas de diálogo, y al conjunto de la cinta, a extenderse más allá de lo recomendable. El director descuida los tempos y las elipsis, las gradaciones dramáticas y la puesta en escena, malogrando en parte sus intenciones.
Aun así, no es de extrañar que La escurridiza arrasase en la última ceremonia de los premios del cine francés, los César, desbancando de las principales categorías a productos tan falsos como Los Chicos del Coro y Largo Domingo de Noviazgo. La inteligencia de la propuesta lo merecía.