Videoartista, musicóloga, directora, actriz, guionista... todas estas facetas recaen en una misma persona, Miranda July, una autora que ha llevado su afán polifacético hasta límites insospechados. Ahora se decanta por un nuevo formato, el cine, con el estreno de su ópera prima Tú, yo y todos los demás. Amante de las pequeñas cosas y consciente de transmitir con su trabajo un mundo muy personal, July pone todos sus esfuerzos artísticos al servicio de unos personajes aparentemente cercanos pero envueltos en una especie de halo estrambótico que los hace diferentes del resto.
Para inspirarse, la directora recurrió a sus sueños infantiles de los que partió la idea original del relato, utilizando como medio de expresión una base poética que acompaña a las imágenes habiéndose hecho merecedora con ello del Premio del Jurado en el Festival de Sundance y la Cámara de oro en Cannes.
Durante la proyección se nos van ocurriendo varios calificativos con los que podríamos definir esta “experiencia visual”, pero dejemos en un principio que sean los personajes los encargados de conectar la propuesta de la joven autora con el espectador que asiste atónito al visionado: Christine (interpretada por ella misma) necesita encontrar a alguien que llene su vida, Richard (John Hawkes, “La tormenta perfecta”), recientemente separado y del que no está segura sea el hombre adecuado. Con dos hijos a su cargo enganchados a los chats para adultos, los dos adolescentes en plena revolución hormonal se acompañan de una niña cuyo único objetivo es prepararse el ajuar para completar este peculiar microcosmos.
Al salir de la sala, el desconcierto embarga a una servidora. Por un lado, el comportamiento de los personajes se antoja un tanto desenfocado, niños que ejercen el papel de adultos y viceversa, y por otro, un guión que discurre de manera no forzosa se nos presenta cargado de pedantería, con lo que no sabemos si nos están tomando el pelo o nos están vendiendo arte. Da la ligera impresión de que la cineasta haya pretendido recuperar el verdadero concepto “indie” lastrado hace ya tiempo por un sello más comercial. Prueba superada.
Emparentada a la vez con el universo de Todd Solonz -omitiendo la radicalidad de sus propuestas-, y con “American Beauty” -donde cada personaje no es realmente lo que aparenta ser-, el resultado queda interesante, tanto por sus aciertos como por sus defectos. Aunque a veces lo naif se atraganta apoderándose la artificiosidad del producto final, y por momentos resulta complicado meterse de lleno en una historia alejada de los parámetros más comunes del cine actual.