Una heroína pobre y rebelde, un burgués que prefiere mezclarse con el populacho a frecuentar las altas esferas de la sociedad colonial, y una historia de amor apasionado. Estos son los elementos básicos con los que juega Tierra de Pasiones, film canadiense en la estela de películas como Rob Roy o Braveheart al que no le falta ni el malo por antonomasia del género (romántico-histórico), el siempre inquietante Tim Roth. Y no es esta la única estrella europea que brilla con luz propia en esta producción: actores de la talla de Gérard Depardieu, Vincent Perez o Irene Jacob ponen su talento al servicio de una historia, que, siendo sinceros, no vale el precio de una entrada.
Interminables escenas de besos apasionados con música de violines atronando en los oídos, buscan aumentando el volumen emocionar con un romance que por su desarrollo, lineal y previsible, no llega a tocar la fibra del mayor de los sensibles. Andanzas de buenos buenísimos, y malos dirigidos por el mismísimo diablo, protagonistas que parecen la síntesis de todos los estereotipos de las cintas románticas de época se unen a defectos, formales y de fondo, sencillamente innumerables. Pero lo que llega a molestar es que, tratándose de un producto histórico, trate con tanta ligereza los actos que la califican como tal. La capitulación francesa ante Inglaterra en tierras canadienses se sucede en tres minutos, las constantes escenas de malvados ingleses planeando la conquista de Canadá se utilizan para descansar un poco de la trama principal. Y sí, se agradece, pero estaría mejor si tuviera una mínima coherencia, o simplemente alguna relación con lo que le acontece a los personajes, pues de la manera que está planteado se configuran como constantes interrupciones didáctico-históricas que no aportan nada.
Por otro lado la relación amorosa de los protagonistas es tan profunda como en un cuento de Disney, es decir, pasan de conocerse a amarse en un suspiro y de ahí al sacrificio por la amada. Es como si se hubieran empeñado en llevar a la gran pantalla un libro de Corin Tellado, y que en términos artísticos no pasa de ser una empalagosa muestra de amor en tiempos de guerra, eso sí, con muy buenos secundarios.