Hay un par de nombres de directores que rondan por la mente del espectador un tanto puesto en esto del séptimo arte durante el visionado de la italiana Viento de tierra: por un lado el británico Ken Loach y por otro el de los hermanos Dardenne (de los cuales recientemente pudimos ver El niño en nuestras pantallas). Es innegable que la historia que nos ocupa, escrita y dirigida por Vincenzo Marra, tiene puntos de conexión con las cintas de los realizadores mentados. Analicemos por qué.
Enzo, el protagonista, debe enfrentarse a las dificultades económicas que atraviesa su familia, residente en un barrio periférico de Nápoles, tras un desafortunado incidente que hará peligrar lo poco que poseen. Los problemas se irán acumulando, y las diversas salidas que el joven prueba para escapar del tremendo aprieto en que se hallan tampoco son la panacea. Incluso la solución definitiva, donde Enzo parece haber encontrado quizá no su vocación, pero al menos sí una forma de ganarse la vida, contiene trampas ocultas que no traerán sino nuevas desgracias. No hay concesiones para el protagonista ni para su familia, que también sufre diversos males ante la mirada impotente del chico.
Por desgracia, tampoco hay concesiones para el espectador, y si bien la parte que tiene Viento de tierra de kenloachiana nos puede resultar tan didáctica como la mayoría de obras del británico, ilustrando una serie de situaciones de tipo social y laboral que fácilmente podemos encontrar en la sociedad actual, desde luego la vertiente dardenniana de la misma es tan árida como los films de los hermanos mentados, y cuesta mucho mantenerse entretenido, pendiente del siguiente palo que recibirán los protagonistas, cuando entretanto asistimos a una sucesión de viajes (en moto, en tren, en camión) que sólo nos muestran unos paisajes grises y poco más, suponiendo un lastre para la historia que se nos quiere relatar. La verdad es que, concentrando los sucesos, en apenas treinta minutos habríamos contado todo, pero esos tiempos muertos que no aportan nada (quizá la primera vez sí, pero luego la reiteración acaba con el efecto a conseguir) hacen alargar en exceso el metraje.
No es Viento de tierra una película fácil de ver, en parte debido a los largos minutos de silencio que se van sucediendo (los personajes son terriblemente parcos en palabras), pero también debido al acierto con que el director retrata la cotidianeidad de ese segmento social. Las clases menos favorecidas son observadas con neutralidad, y vemos con un estilo cercano al documental cómo día a día los individuos tiene que elegir entre resignarse o enfrentarse a su destino, y también que para mantener la dignidad su única salida es alcanzar la vulgaridad (hacerse funcionario, vamos). El mensaje está ahí, terrible en su simplicidad, y la película dice muchas cosas bajo la apariencia de no decir nada, pero el estilo empleado acaba aburriendo a un espectador poco acostumbrado a un ritmo tan moroso.