Cualquier lo diría, sí, viendo la degradación del género en los últimos años a cargo de Los Ríos de Color Púrpura y sus infinitos derivados. Pero lo cierto es que el polar, o cine francés de crímenes, es el mejor del mundo. Por variedad de registros, por continuidad, por calidad.
Asuntos Pendientes, segunda realización del ex-policía Olivier Marchal, recoge el testigo de La Guerra de los Policías (Robin Davis, 1979) o L. 627 (Bertrand Tavernier, 1992), películas que destripaban con un realismo crudo las dificultades, miserias y componendas del trabajo de las fuerzas del orden: Leo Vrinks (Daniel Auteuil) y Denis Klein (Gerard Depardieu), responsables de dos brigadas contra el crimen, optan al cargo de director de la policía judicial, que será otorgado a quien logre la captura de una violenta banda de atracadores. Vrinks no ambiciona el puesto; sí resolver el caso, aunque sea infringiendo la ley. Klein en cambio es un arribista, y a la vez un hombre desdichado desde que Camille (Valeria Golino) le abandonase... por Vrinks.
La película es una ficción, aunque inspirada casi por completo en hechos reales que Marchal vivió en primera o tercera persona. Y se nota. La descripción del ambiente policial, y su relación con la alta política y los bajos fondos, es del todo verosímil. Las rivalidades personales y profesionales llevan a los personajes a cometer actos terribles pero comprensibles. La violencia hace aparición de manera brusca, brutal, y sus efectos son desoladores.
Pero Asuntos Pendientes va más allá, al destilar del enfrentamiento entre Vrinks y Klein una epopeya de traiciones y venganzas que arrastra a sus familiares y compañeros a destinos inimaginables a la manera, en palabras del propio director, de una ópera trágica. Y con vistas a ese resultado Marchal, para alivio de los espectadores cansados del hiperrealismo de la cámara al hombro y los barridos, borda una dirección grave, precisa, virtuosista, apoyada en unos encuadres precisos y un tempo meticuloso; en unos diálogos lacónicos, llenos de sobreentendidos y silencios; en una extraordinaria fotografía glacial (cortesía de Danis Rouden); y en unas interpretaciones soberbias de todo el reparto. Especialmente, como es natural por llevar sobre sus hombros el peso de la acción, de los dos protagonistas.
Auteuil es imposible que esté mal, pero en Asuntos Pendientes impone su magisterio con una facilidad y una mesura pasmosas. En cuanto a Depardieu, lidia con el papel más desagradable y consigue dotarle, pese a todo, de una gran humanidad. Hacía mucho que no brillaba a esta altura.
Por tanto, no cabe sino recomendar fervientemente una película que es probable dure poco en cartel, y que brinda la inaudita posibilidad de disfrutar de un producto comercial sin sentirse un estúpido, y de reivindicar un género tan maltratado como es el thriller.