Los clichés en Hollywood no se limitan a las películas. Afectan incluso a sus artífices, que recrean cada cierto tiempo los mismos estereotipos artísticos. Steven Soderbergh y George Clooney se han convertido en la versión actualizada de parejas como Robert Rossen/John Garfield o John Frankenheimer/Burt Lancaster. Son inteligentes pero atractivos, liberales en su justa medida, y simulan en sus proyectos, por comerciales que sean en realidad, unos irresistibles aires inquietos y rupturistas. Vamos, los yernos ideales.
Como productores, junto a Mandalay Pictures, de The Jacket, su capacidad de cálculo se revela maquiavélica. A nivel argumental nos enfrentamos a un thriller simplemente confuso y pretencioso, deudor de La Jetée, La Escalera de Jacob y El Sexto Sentido, en torno a un militar que tras ser herido en combate vuelve a Estados Unidos, donde es acusado de un crimen e internado en una siniestra institución mental. Allí es sometido a un tratamiento experimental que le permitirá ver el futuro, conocer al amor de su vida, y descubrir cómo morirá.
Todo eso en los primeros diez minutos de metraje. La acumulación exponencial de arbitrariedades y misterios forzados hace que mucho antes del final –paradójicamente lo único emotivo de la cinta- el espectador desconecte y se distraiga intentando recordar en qué planta dejó el coche. Y ello pese a las argucias de Soderbergh y Clooney, que amueblan la producción con detalles críticos y distintivos aparentes: por ejemplo, Starks es un veterano de la Guerra del Golfo, lo que da lugar a cuatro pinceladas impostadas sobre el conflicto y sus veteranos. Sus sufrimientos psiquiátricos nos brindan también la oportunidad de lamentar durante un par de segundos el intolerable abandono que sufren los enfermos mentales. Y el actor Adrien Brody culmina nuestro tormento abusando hasta la parodia de su único registro, el de perro apaleado, secundado por los rostros esquinados de Kris Kristofferson, Jennifer Jason Leigh, Daniel Craig y una limitada Keira Knightley.
Para completar la jugada se ha escogido como director al británico John Maybury. Autor de El Amor es el Demonio, biografía logradamente sórdida del pintor Francis Bacon, Maybury tiene antecedentes como realizador experimental influido por el cine de autor europeo. A Soderbergh le pareció “interesante” trasladar esa sensibilidad al sistema de estrellas y grandes estudios. Una vez vista la película uno solo puede pensar que a Maybury le han cortado las alas, le han eviscerado y rellenado de guarnición, le han asado a fuego lento, le han caramelizado, le han incrustado una manzana en la boca, y luego le han puesto detrás del visor de la cámara. Porque la inventiva visual de The Jacket es nula, si descontamos el esteticismo gratuito, el montaje epiléptico y los efectos lumínicos de rigor en las escenas de shock, la confusión narrativa, y una atmósfera opresiva más atribuible a la fotografía de Peter Deming y a la música de Brian Eno.
Solo hay algo comparable a una mala película: otra que camufla su verdadera naturaleza. The Jacket abraza las dos categorías.