Buscando a toda costa llegar a la trilogía, en un más que posible acto de egolatría de creador para rendirse culto a sí mismo, la tercera parte de aquel "Mariachi" ducho en el uso de armas de fuego continúa la progresión establecida en las dos anteriores. En su continuación con medios que era "Desperado", Banderas confirmaba su introducción en Hollywood a día de hoy ratificada como mucho más discreta artística que mediáticamente. Buena y habitual pareja con su director gracias a su gusto por los excesos, nuestro Antonio se relame en todo aquello que le permita la sobreactuación a base de fruncido de labios, expresión de histrionismo latino de sangre jamonera, y ese sentido folklore sudamericano exaltado casualmente tras rebozarse en el rico dólar. Por su parte, la exacerbación de Rodríguez, prima hermana de la del singular Tarantino, muestra como ambos comparten idéntica patología de cara a filmar mortandad gratuita y crueldad sanguinolenta. El caso es que unidos de nuevo el "mexicano" español -más patriota que nunca- y el descubridor del guitarrista pistolero, retoman sus aventuras con tufillo a Spaghetti-western para lanzarse al remate de lo saturado. Este es el modo de exhibir todo aquello con lo que no pudo contarse en la primera parte, y prescindir así de los motivos por los que algunos vieron en su cine una prometedora carrera. Para la ocasión ferial se utiliza todo: algún nombre de peso al que manchar el expediente (Dafoe y Johnny Depp, discretos baluartes en el desaguisado), alguno que una vez lo tuvo y parecía prejubilado (véase Mickey Rourke), y en el remate de los excesos, la otra aportación hispánica-castizo-torera, con Enrique Iglesias,que usa su gesto desorientado para hacer como que actúa -o no-, y se permite incluso -una vez más- hacer como que canta.
Todos ellos son parte de una trama confusa salpicada de saltos temporales no siempre bien definidos, traiciones no siempre sorprendentes, y una bochornosa devoción por la frase de chulo de barrio bajo el acorde acústico incansable. Se esparcen estas en los tropecientos cortes ya vistos, como presentaciones de personajes con primeros planos de supuesta impresión, o los semi-genocidios al ejército de mexicanillos de mala puntería e inexcusable neglicencia. Este pobre y desamparado colectivo, por más que llegue armado en masa con sus cuatro camionetas, deviene permanentemente pasto de funeraria a golpe de soniquete guitarrero. Para su tranquilidad, probablemente cumplida la trilogía puedan -y podamos- descansar tranquilos.