Pasada la hora de proyección, el contenido de la cinta empezará a cobrar auténtico interés. La cuestión es si el espectador no habrá desconectado para entonces.
Debut en la dirección del actor Liev Schreiber (Scream, RKO 281, El mensajero del miedo), que rueda un guión propio, elaborado a partir de la novela autobiográfica de Jonathan Safran Foer, para contarnos el viaje a Ucrania que realiza un joven con el fin de buscar a una mujer que tuvo una importancia vital en la historia de su familia. Lo que en un principio se nos muestra como un trabajo en la onda del cine de Emir Kusturica (salpicado por toques más cercanos a Guy Ritchie, y si no atendamos a la presentación casi videoclipera del personaje interpretado por Eugene Hutz) irá derivando, pasada la hora de proyección, en un ritmo muchísimo más pausado, y el contenido de la cinta empezará a cobrar auténtico interés a partir de ese momento. La cuestión es si el espectador no habrá desconectado para entonces.
Pero volvamos al principio. Elijah Wood está perfecto en su papel de tipo raro (pálido, tímido, mostrando emociones a duras penas), y las gafas de culo de vaso que luce acaban por completar su transformación. La búsqueda de la mujer antes mentada hará que nos sumerjamos durante una hora en una especie de road movie por diversos escenarios ucranianos, guiados por dos tipos algo estrambóticos (Alex y su abuelo) y rodeados de personajes coloristas y situaciones colindantes con el absurdo casi calcadas de las películas de Kusturica (sin ir más lejos, la música parece sacada de cualquier cinta del yugoslavo). Los enredos lingüísticos entre los dos protagonistas harán esbozar una sonrisa a cualquier espectador que haya tenido que comunicarse con un extranjero poco ducho en nuestra lengua, pero poco más: hacia la mitad de Todo está iluminado tiene uno la sensación de que el ejemplo a seguir ha sido el del discreto realizador Mika Kaurismaki (Colgados en Los Ángeles, Honey Baby), que arropa en un envoltorio independiente historias bastante convencionales y predecibles, comedietas tontorronas al fin y al cabo.
Superada la hora de película, sin embargo, se produce un cambio muy de agradecer tras el estancamiento previo que sufre la trama. En esta segunda parte el ritmo se ralentiza hasta límites insospechados (y no es que fuera trepidante antes, precisamente), pero aparece la temática que dota de algo de interés a esta película: los asesinatos de judíos por parte de los nazis, el poso del horror en la memoria y en la conciencia, el destierro del pasado (se nos dice que olvidarlo puede pasar factura), y cómo enfrentarse a todo ello después de transcurridos casi sesenta años. Aquí encontraremos las escenas más bellas de la película (que cuenta con una excelente fotografía de principio a fin, todo sea dicho), y se nos cuenta de una forma bastante sutil lo sucedido a alguno de los personajes relacionados con la trama, explicando cosas que quedaban en el aire y cerrando la aventura europea del protagonista principal.
En definitiva, hay en Todo está iluminado dos partes diferenciadas e imperfectas: una primera más movida, pero intrascendente, y una segunda con más contenido y calado emocional, pero tal vez demasiado lenta para un espectador que a esas alturas de proyección quizá no esté ya muy receptivo, visto lo ofrecido durante la primera hora. Dependerá de cada cual contentarse (o no) con una de esas partes, o con ambas, y acabar decidiendo si el conjunto resultante merece la pena. El abajo firmante la aprueba por los pelos.