Desde que saltara a la palestra tras el éxito internacional de El vídeo de Benny y sobre todo de Funny games, el austríaco Michael Haneke no ha dejado de levantar ampollas entre esa privilegiada sociedad occidental que es capaz de lo mejor y lo peor, a la vez que limpia su conciencia mirando hacia otro lado o simplemente apagando la televisión desde su confortable existencia.
El miedo a lo desconocido,la paranoia visceral incrustada en nuestros días a través del poder de los sistemas de presión mediática, la falta de comunicación que impera en la sociedad de consumo... todo ello toma cuerpo en las figuras de Georges y Anne (Auteuil y Binoche impagables ambos), un matrimonio aparentemente perfecto que ve como su vida adopta tintes trágicos cuando empiezan a recibir vídeos tomados en la puerta de su casa que van tornándose cada vez más inquietantes. La crispación se hace patente conforme avanza la acción y la culpa soterrada adquiere una presencia fundamental en Georges, un peso que ha llevado oculto durante mucho tiempo y que alguien está dispuesto a desenterrar del pasado.
Sorprende la facilidad con la que el director Haneke produce en el espectador toda clase de sentimientos encontrados. Por un lado, se presenta como gran conocedor de la fragilidad humana y por ello maneja al padre de familia y motor de la historia -y por tanto al espectador, que sigue el mismo proceso que su protagonista encajando todas las piezas poco a poco- como si fuera un títere al servicio de sus inquietantes deseos. Por otro, Haneke toca con infinita maestría todos los resortes indicados para producir en la platea sentimientos de angustia, desasosiego e incomodidad por lo que está sucediendo hasta tal punto que te deja clavado en la butaca como ya hiciera en La pianista o en la citada Funny Games. Y es que no se trata de una violencia explícita, sino la utilización de un recurso que va más allá: el terror no materializado, más interrogantes que respuestas, y aquí es donde justamente reside el acierto de esta sorprendente propuesta. Nada es lo que parece. O tal vez sí.
Esta producción francesa invita a reflexionar acerca de lo sugerido y no de lo esperado, una lucha contra lo desconocido que no surge del exterior sino que se encuentra en nosotros mismos. Así pues, Caché no deja indiferente a nadie y se erige como una de las firmes apuestas del cine europeo en lo que llevamos de año, con un total de seis premios en su haber, uno en Cannes al mejor director y cinco premios europeos incluyendo la mejor película. Quienes se adentren en el universo Haneke verán lo que es sufrir y disfrutar a partes iguales.