Actualización de un original sugestivo a espectadores de piercing en el chupete
En sus audiocomentarios para la edición en dvd de La Niebla (1979), John Carpenter cuenta la presión a la que se vio sometido tras el éxito de La Noche de Halloween (1978). Obligado a poner en marcha de inmediato y con un presupuesto escaso otro proyecto, renunció a repetir el esquema del psycho-killer y optó por un cuento tradicional de fantasmas difícil de articular argumentalmente, y al que añadió varias escenas no previstas sobre el papel para lograr el tono adecuado.
Las explicaciones del director, y la propia película, son un ejemplo de su profesionalidad; de su maestría en el manejo del formato panorámico, la puesta en escena y la música para crear atmósferas inquietantes; y de su compromiso con un cine de género modesto, agudo y en ocasiones revulsivo. Características que previsiblemente le han condenado al ostracismo en el Hollywood de hoy, un escenario en el que sobrevive prestando su nombre a productos televisivos, a las sagas Halloween y Vampiros, y a las nuevas versiones de Asalto a la Comisaría 13 o La Niebla.
No sabe uno qué pensará Carpenter de esta última. Habiendo reinterpretado él mismo inteligentemente clásicos como Río Bravo, El Enigma de Otro Mundo o El Pueblo de los Malditos, choca que como productor de Terror en la Niebla no haya hecho más que meterse el dinero en el bolsillo. O eso al menos cabe deducir de la ínfima calidad de esta película, que tanto en su guión como en su realización denota, en contra de la personalidad del autor de 1997: Rescate en Nueva York, la estulticia y la flacidez más absolutas.
La historia es básicamente la misma. Unos leprosos traicionados cuando buscaban hace cien años un lugar donde asentarse vuelven como espectros al pueblo que floreció gracias a sus riquezas para cobrarse venganza. Sin embargo, mientras el guión de Carpenter para La Niebla tenía la coherencia de los mejores relatos fantásticos, en Terror… las cosas pasan porque así pasaban en el primer film. En ningún momento se aprecia lógica autónoma en un relato que evoluciona de manera inconexa y gratuita, que se limita a variar pequeños detalles en escenas por lo demás idénticas al modelo, y que deja al espectador indiferente cuando quiere innovar por aquello de no calcar o en nombre de la rutinaria sorpresa final.
Eso sí, es imposible sustraerse a las diferencias estilísticas. Del rigor, el tempo y la crueldad de Carpenter hemos pasado al montaje sincopado de planos inexpresivos y asépticos firmados por un tal Rupert Wainwright, cuyos antecedentes penales incluyen la ridícula Stigmata (1999) y el vídeo musical de MC Hammer U Can’t Touch This. De la incompetencia de Wainwright dan fe dos secuencias muy concretas: una en la que para mostrar cómo alguien desentierra un reloj en la playa emplea doce tomas que no repiten ni una posición de cámara, y otra en la que planifica de la peor manera posible el ataque de los espectros en alta mar a cuatro descerebrados.
Por cierto que la nulidad de los personajes es otro mérito intransferible de Terror en la Niebla. En la cinta de 1979 Jamie Lee Curtis, Adrienne Barbeau y Tom Atkins ya habían desarrollado senos o pelusilla, y sus edades provectas (25, 30 años) prestaban cierto encanto a sus caracteres. En la versión 2.0, con excepción de tres viejos seniles que son exterminados y de Selma Blair (Hellboy), el resto del reparto está compuesto por prepúberes amamantados en incontables series televisivas (¡¿existe un CSI: Reno?!) y con el atractivo de medusas muertas.
Merecen especial atención por su afasia interpretativa el hormonado Tom Welling (Smallville) y la pavisosa Maggie Grace (Perdidos), que como protagonistas reflejan a la perfección lo que es Terror en la Niebla: Otra actualización de un sugestivo original a tiempos melifluos y a espectadores de piercing en el chupete.