Spielberg es capaz de alternar el entretenimiento de ruido de pólvora generoso en el suspense de thriller, con un escenario ideológico
En lo esencial y cumpliendo con una de las más importantes funciones que puede tener una cinta de inspiración real –por más que generosa en lo ficticio–, el metraje se dedica a plantear preguntas. Podría decirse que yerra en lo que tenga de respuesta, por cuanto ese será siempre un acierto sesgado que contentará únicamente a una parte y a sus convicciones, y aquí se evidencia especialmente en la arrogancia del ojo del Rey Midas cuando apunta al perfil de las torres gemelas, para intuir vínculos entre ambos meses de septiembre, ligando desde la razón lo que sólo está unido por lo visceral.
Con madurez en el enfoque, Spielberg es capaz de alternar el entretenimiento de ruido de pólvora generoso en el suspense de thriller, con un escenario ideológico en que se aprecia un conglomerado de argumentos dispuesto para ambos bandos a modo de self-service. Cada uno puede introducirse rápidamente en la defensa apasionada y cargada de razones de una de las posiciones, y repetir miméticamente sus discursos. E incluso acertar en algunas de las verdades defendidas. Pero al mismo tiempo se recuerda que cada golpe que uno de los bandos propina al rival, lo da de forma mediata contra el propio, en el seno de un mal endémico que crece exponencialmente, y en que la sangre es mucho más densa que las palabras de los diletantes de la ciencia política.
Como reflexión ideológica, podría afirmarse que Munich es como tantas otras una propuesta estéril por más que entretenida. Con un público demasiado alejado de la posibilidad de cambiar algo y en donde también hay una división entre espectadores que acuden ya sobradamente convencidos, si alguno de ellos se ilumina por la moderación sus consecuencias serán tan vanas como las de sus discursos encendidos. Los verdaderos responsables tienen el alma demasiado manchada por el dolor y por una venganza que a un nivel individual está cargada de razones, por más que nutren las raíces de un mal mayor que sigue creciendo.
Como propuesta fílmica, sus tramos más próximos a la acción común recuerdan que su vocación no es la del documental y que sin ella consigue la implicación y la atención necesaria para sus más de dos horas.
Desgraciadamente, consumido su tiempo queda un amargo sabor de boca que recuerda que lo peor de lo relatado sigue esperándonos a las puertas de la sala para desde ahí acompañarnos durante mucho tiempo.