Lo que en un principio estimula a seguir la narración al poco tiempo queda convertido en arrepentimiento al haberse metido en la sala equivocada.
El argumento de la cinta que nos ocupa arranca de la siguiente manera: el típico hombre del montón (Bernard Campan) acude a un bar nocturno con la sana intención de encontrar algo que cambie su anodina existencia. Allí obtiene su respuesta en forma de mujer despampanante (Mónica Belluci). Nuestro protagonista, que acaba de ganar un cuantioso botín en la lotería le propone a ella, prostituta, que se convierta en su mujer. Ella acepta sin miramientos.
Con esta sugerente premisa nadie diría que nos encontramos ante una trama convencional. De hecho, el hilo conductor de ¿Cuánto me amas? contiene suficientes motivos para interesar a cualquier espectador que entre en el juego propuesto por el director Bertrand Blier. Craso error.
Lo que en un principio estimula a seguir la narración al poco tiempo queda convertido en arrepentimiento al haberse metido en la sala equivocada. Presentada a modo de comedia romántica, el film acaba precipitándose hacia una burda sucesión de situaciones cada vez más esperpénticas donde lo que abunda es la acumulación de las necedades.
Esta innecesaria película supone un monumental descalabro en la carrera del director francés, cineasta que consiguió un oscar a la mejor película extranjera con ¿Quieres ser el amante de mi mujer? y reconocimiento público con Los rompepelotas y Los actores. Tras haber soportado con estoicismo la visión de esta “comedia” (según la frase promocional, dado que lo que verdaderamente produce ganas de llorar), el único propósito que parece dilucidarse es el de sacar con poca ropa a la bellísima Mónica Belluci, actriz de proyección internacional aquí totalmente perdida en un intento por dar credibilidad a un personaje sin sentido ni en el papel ni en pantalla.
Por tanto, lo que podía haber dado de sí una compleja disección de las relaciones de unos personajes acorralados por el deseo, la pasión y los celos termina siendo una burla al intelecto del espectador y a la integridad de la figura de la mujer, representada como un simple objeto decorativo que ejerce como motivo de disputa entre dos hombres. Y surge la mayor de las dudas: ¿quién convenció a Gerard Depardieu y a la Belluci a adentrarse en semejante desaguisado?.
No obstante, si la figura femenina no sale bien parada, la imagen del hombre tampoco es como para tirar cohetes. Lo único salvable de esta deplorable cinta es la irrupción de Jean Pierre Darroussin (Para todos los gustos) en un papel pequeño que daba mucho más de sí. Bertrand Blier se acoge a la narración de enfoque teatral alejada de un realismo que quizá le hubiera reportado mayor fortuna, descartando toda posibilidad de entendimiento de las motivaciones de alguno de los personajes que impregnan a una infumable producción.