Al menos se ha rodado en exteriores y en escenarios verosímiles, y no en decorados ikea iluminados con luz neutra
Afrontaba la primera película patria de 2006 henchido de orgullo. Al fin y al cabo, la Ministra de Cultura ha desvelado que la cuota de pantalla de nuestro cine crece imparable a costa de las nefastas producciones norteamericanas. Sí, películas tan brillantes como Torrente 3: El Protector y tan idiosincrásicas como El Reino de los Cielos proclaman a los cuatro vientos nuestra excepcionalidad cultural. Y por otra parte, cómo olvidar las palabras de Mercedes Sampietro en la gloriosa ceremonia de los Goya de este año, enfrentando a los miserables ogros verdes y gorilas gigantes made in USA nuestra sensibilidad y nuestro talento, de los que dan fe por ejemplo los orcos de El Penalti Más Largo del Mundo o los chimpancés de El Otro Lado de la Cama.
Nuestro cine es grande. Incluso cuando, es el caso de La Semana Que Viene (Sin Falta), recurre a algo tan denostado en otros como es el reciclaje de éxitos foráneos: Mi Pequeño Negocio, una comedia negra y austera firmada en 1999 por el francés Pierre Jolivet. Incluso cuando la adaptación, fiel en la letra, desactiva en cambio el implícito espíritu social presente en el guión de Jolivet y Simon Michael en nombre del costumbrismo chocarrero y la autocomplacencia tan característicos en el ruedo ibérico. E, incluso, cuando la formulación de la película recuerda sospechosamente al episodio piloto de una serie de televisión.
Porque en los enredos que agobian al dueño de un taller automovilístico cuando se incendia su local y descubre que no estaba asegurado, pueden respirarse el estilo interpretativo, el cuadro de personajes, el ritmo cansino y la pobreza formal típicos de Los Serrano, Aquí no hay quien viva, o cualquier otro de esos productos que eternizan las noches de medio país inhibiendo el deseo sexual y la productividad laboral. No faltan ni el actor veterano encabezando el reparto, aquí un Imanol Arias que va excitándose a lo largo del metraje hasta convertir en un modelo de hieratismo su interpretación en Cuéntame como pasó, ni los secundarios que se significan más por la ropa, el oficio que desempeñan o el volumen de sus berridos que por sus textos y acciones.
Claro que es imposible dotar de humanidad a estereotipos tan originales como el de la ex ahora enrollada con un cubanito zumbón y atlético, el hijo adolescente que no sabe ni vocalizar pero hackea cualquier sistema informático, los empleados bonachones, el argentino de vuelta de todo, el dueño de bar que siempre fía, la madura insatisfecha, el perito estirado, el agente inmobiliario siniestro, el cura gangoso… Caracteres de brocha gorda que se relacionan entre ellos a través de diálogos disgresivos y plagados de morcillas que uno nunca sabe dónde conducen, en escenas breves y apenas hilvanadas. Y en cuanto a la realización, basta con agradecer a Josetxo San Mateo dos cosas: que no abuse de los momentos ridículos en los que suena hip hop y se habla de tunning para dar un aire moderno a la acción; y que haya rodado en exteriores y en escenarios verosímiles, y no en decorados ikea iluminados con luz neutra.
En fin, que si no fuera porque faltan los anuncios –aunque no la publicidad encubierta- y no podemos huir de la proyección haciendo zapping, creeríamos estar en el sofá de nuestra casa. Lugar en el que, de todas maneras, terminaremos por encontrarnos La Semana Que Viene (Sin Falta).