Cuando termina la película, ¿qué sabemos de Cash? ¿Qué le hacía especial? ¿Qué expresaba su música?
Languidecen elfos y gladiadores y los Oscar vuelven a la normalidad: El drama histórico, el drama adulto, el drama comprometido, el drama con discapacitados, el drama biográfico. Películas tan convencionales y calculadas como los blockbusters veraniegos, y quizás con fechas de caducidad aún más ajustadas.
¿Alguien recuerda Disraeli, un bio-pic político que le procuró a George Arliss el Oscar al mejor actor en 1930? ¿Y La Tragedia de Louis Pasteur, biografía del científico francés por la que Paul Muni también se llevó la estatuilla en 1936? ¿Y qué hay de Quiero Ser Libre, Oscar a la mejor actriz en 1980 para Sissy Spacek por su interpretación de la cantante Loretta Lynn? La verdad, sin remontarnos al cretácico, ¿Quién se acuerda ya de Jamie Foxx y Ray? Las biografías facturadas en Hollywood emplean la misma plantilla desde los tiempos de Griffith. Una plantilla de trazo grueso, pocos recovecos y pulcro dibujo que hace de las existencias humanas individuales figuras esquemáticas, perfectamente delineadas y reciclables.
El año que viene nos plantearemos las mismas reflexiones a propósito de En la Cuerda Floja, recreación de la vida del músico Johnny Cash que protagonizan Joaquin Phoenix y Reese Whiterspoon bajo la dirección de James Mangold. Porque el guión del propio Mangold y Gill Dennis es tan tópico que a veces uno se pregunta si no será un ejercicio de parodia soterrada.
La primera escena nos muestra a Cash en 1968, antes de actuar en la prisión de Folsom. Momento que adivinamos de catarsis cuando da paso al flash-back que constituye el grueso de la película. El cantante, nos cuenta Mangold, fue un niño pobre, traumatizado por la muerte de un hermano y el carácter de su padre, y aliviado por la música folk y gospel que escuchaba a todas horas. Su vida cambió cuando, ya en la veintena, conoció en Memphis a Sam Phillips, gerente de Sun Records. Aunque Cash empezó a disfrutar de la fama, compartida con Elvis Presley, Jerry Lee Lewis y otros artistas del mismo sello, su carácter sombrío le incitó al desorden, al consumo de estupefacientes, y a una relación conflictiva con la que resultaría ser el amor de su vida, la también vocalista June Carter.
Que Phoenix y Whiterspoon se han esforzado en sus papeles está fuera de duda. No solo lloran, ríen, cantan y tocan sus instrumentos respectivos, sino que transmiten mucha química; especialmente sobre los escenarios, donde se desarrolla lo más interesante de En la Cuerda Floja, su romance. Mangold, por otra parte, borda los minutos musicales y se desenvuelve en los restantes –hay una escena extraordinaria filmada en un único plano de un minuto que sigue a Phoenix mientras destroza un camerino-.
Pero, cuando termina la película, ¿qué sabemos de Cash? ¿Qué le hacía especial? ¿Qué expresaba su música? En la Cuerda Floja, como tantas otras biografías con un ojo puesto en el público y el otro en los premios, toma un personaje se supone que excepcional por su obra y sus vivencias, y lo pasa por el filtro de lo rutinario. Del proceso creativo, del sentido de la música en su vida, de lo que hacía interesante al cantante, no hay más que retazos. Parece más atractivo describir a través de momentos estelares las peripecias vistas mil veces de un carácter autodestructivo que al final se redime y aprende a sonreír.
Por ello, aunque se aprecie la calidad superficial y aseada de la producción, si el propósito lógico de sus responsables era hacer honor a la singularidad del personaje retratado, el fracaso es evidente.