Para bien y para mal, la película de Dennis Gansel es un modelo de corrección
“Simplemente, demasiado débil”. Es el monstruoso epitafio que un oficial nazi dedica a su único hijo; un adolescente que ha preferido suicidarse antes que plegarse a las repulsivas doctrinas que se le inculcaban en uno de los cuarenta Institutos de Enseñanza Nacional y Política (o Napolas) donde Hitler pretendió formar una generación de líderes que gestionase el Reich de los Mil Años.
El director Dennis Gansel y la co-guionista Maggie Peren dramatizan, a partir de testimonios personales y diversos estudios, la estancia en una de estas escuelas de elite: Nos hallamos en 1942. A pesar de la oposición de su padre, el joven Friedrich (Max Riemelt) aprovecha la oportunidad que le brindan sus capacidades como boxeador para ingresar en una napola. El chico tan solo desea prosperar en la vida, pero una vez en la institución comprenderá que para ello ha de sacrificar todo rasgo humano.
Para bien y para mal, Napola es un modelo de corrección. Para bien porque está dirigida con solidez –Gansel solo tiene 32 años y un currículo previo escaso-, porque mantiene el interés durante sus dos horas de metraje, y porque no abusa del maniqueísmo en la recreación de una anécdota histórica que desvela todo su horror con lo meramente descriptivo.
Para mal, porque la película carece de expresividad visual y de espesor dramático, quizás en nombre de la comercialidad. La realización está basada en el montaje y la fotografía; el guión no cala en las relaciones entre los cadetes, lo que perjudica el dramatismo de los momentos cumbre; y se privilegian tópicos del cine sobre instituciones represivas, a veces reiterativos, en vez de profundizar en los entresijos psicológicos e ideológicos del nazismo, objetivo ineludible visto el escenario en que se desarrolla la acción. Para entendernos, Napola está más cerca en su tono de El Club de los Poetas Muertos (Peter Weir, 1989) que de El Joven Törless (Volker Schlondorff, 1966).
En cualquier caso el mensaje final que transmite el film es muy bello, y merece resaltarse. Si Adolf Hitler manifestaba desear una juventud "guapa y agresiva, que haga temblar el mundo de miedo, sin trazas de debilidad ni fragilidad", el protagonista de Napola opta por renunciar a ese modelo y abrazar el destierro y la soledad sabiendo, como le ha explicado su mejor amigo, que con ello ha alcanzado el bien; un bien individual y consciente, única garantía de un posible bien común perdurable.