La película supone una acierto más en la carrera del veterano cineasta, experto en imprimir en sus guiones una enorme carga emotiva.
Con ecos de cine clásico y coordenadas temporales difusas se presenta Una rosa de Francia, película dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón. Cineasta de carrera sólida, mantiene una relación muy personal con la isla de Cuba, siendo hijo y nieto de cubanos. Al igual que Cosas que dejé en La habana la historia se desarrolla en la isla caribeña y cuenta una vez más con Jorge Perugorría en un papel hecho a su medida. El actor da vida a Simón, marino con doble cometido: transportar a inmigrantes clandestinamente a “la tierra de los sueños” y proporcionar jovencitas a una madame (Broselinda Hernández) encargada de casarlas con viejos adinerados.
El encuentro entre el joven Andrés (Alex González, recientemente nominado con el goya revelación por Segundo asalto) y Marie (Ana Celia de Armas en su brillante debut), objeto de deseo de Simón, origina el conflicto que desencadenará la acción narrativa, envuelta a su vez en una atmósfera exótica y sensual de una Cuba que se expresa y se palpa con los cinco sentidos.
En los primeros minutos de la cinta, se percibe a Gutiérrez Aragón como gran conocedor del cine clásico de aventuras. No hay más que fijarse en la poderosa presencia de un Perugorría cínico y encantador, producto de recuerdos memorables del cine americano de los años cincuenta que calaron en el subconsciente cinéfilo del director cántabro. Todo en Una rosa de Francia destila amor por el séptimo arte destacando el cariño por unos personajes que demuestran dos vertientes bien distintas. Simón, transparente por momentos y embaucador en tantos otros, Marie, pura y “lolita” a partes iguales, y Andrés, fruto de una inocencia interrumpida por el deseo. Todos en un relato de los de siempre, un drama romántico alejado, eso sí, del estereotipo de que los malos tienen que serlo y parecerlo. En esta ocasión, son de carne y hueso.
Es sobradamente conocido por todo el que haya seguido la intachable trayectoria del director, la enorme importancia que adquieren los escenarios dentro de la acción -los pastos en La vida que te espera, y la naturaleza en El rey del río-. En esta ocasión se cumple el sueño de rodar en La Habana con un elenco de intérpretes cubanos de primera.
Una vez más, Gutierrez Aragón hace gala de su buen oficio a la hora de crear una atmósfera sugerente -gracias a la fotografía de Alfredo mayo- con la que narra una trama anclada en la época prerevolucionaria en la que trascienden unos personajes llenos de incertidumbre ante el futuro que les espera. La película supone una acierto más en la carrera del veterano cineasta experto en imprimir en sus guiones -aquí apoyado por Senel paz, autor de Fresa y chocolate- una enorme carga emotiva.