Divertimento menor, que podrá ser filmado nuevamente dentro de otros treinta años sin que nadie se moleste
Dada la frecuencia con la que Hollywood produce remakes, y el aburrimiento que eso supone para cualquier cinéfilo, resulta casi un alivio que la película en que se basa Dick y Jane, ladrones de risa nunca haya gozado en España de mucha difusión: Roba bien sin mirar a quien fue una farsa realizada en 1977 por Ted Kotcheff a mayor gloria de los por aquel entonces taquilleros Jane Fonda y George Segal, que encarnaban a una pareja de clase alta abocada al crimen tras perder su empleo el marido.
Algún crítico norteamericano ha señalado que Roba bien sin mirar a quien no apuraba la mordacidad que prometía su planteamiento; el temible Carlos Aguilar tacha directamente al filme de mediocre y de una comicidad bastante chabacana. Son comentarios que podrían trasladarse sin problemas a esta nueva versión, aunque eso no invalide el sentido último y real que justifica la repetición: proporcionar al actor ahora célebre, Jim Carrey –no por casualidad también el productor- un vehículo actualizado para sus habilidades cómicas.
La acción de Dick y Jane, ladrones de risa acontece en el año 2000, poco antes del estallido de la burbuja tecnológica y de diversos escándalos financieros que delataron, por si alguien no se había enterado, la lamentable ética de las grandes corporaciones norteamericanas y sus ejecutivos. Dick (Carrey), uno de esos títeres de corbata y gomina cuyo horizonte vital no va más allá de la hipoteca y el nuevo modelo de sedán, es manipulado por uno de sus jefes (Alec Baldwin) y pierde su trabajo. La situación financiera de su familia se hace crítica, y Dick termina por encontrar razonable la posibilidad de atracar bancos, comercios y joyerías junto a su mujer (Téa Leoni) para mantener su nivel de vida.
Durante la primera mitad la película logra un nivel aceptable gracias al ritmo frenético de las sucesivas desventuras de sus protagonistas, que culminan en una noche delirante marcada por evasiones, rostros deformados y robo de césped. Carrey mantiene el equilibrio entre la normalidad y sus tendencias histriónicas, y se dejan caer numerosos apuntes sarcásticos sobre el american way of life que recuerdan en su tono a una obra anterior del director Dean Parisot, Héroes Fuera de Órbita (1999).
Después, y como suele pasar en las comedias actuales, la historia se desfonda y pierde el rumbo. Carrey llena más de una secuencia con números que no vienen al caso. Y se alcanzan los escasos noventa minutos apostando por enredos estridentes y una moralina simplona.
El resultado es un divertimento menor, que podrá ser nuevamente filmado dentro de otros treinta años sin que nadie se moleste y a conveniencia de los intérpretes que estén de moda en ese momento.